Decía el otro día que cuando no sabes de que hablar hablas del día que toca. diré hoy que cunado no tienes ni ganas de saber el día que toca, siempre queda el recurso amplimante recurrido de hablar del tiempo. Hablamos del tiempo en los ascensores, en las peluquerías y en las gasolineras. Miramos ansiosos las pantallas esperando que el oráculo nos ilustre y nos indique si podremos coger setas, champiñones o simples resfriados.
Aplazamos nuestros viajes en base a lo que nos dicen los metereólogos, e incluso acabaremos siendo capaces de casarnos o embarcarnos más pendientes de su pronóstico que de si es martes o trece.
El caso es que estamos en diciembre y hace frío. Y dicen que lo hará más. Y la gente se asombra. Y uno se asombra de que se asombre la gente. Y es que lo del mal tiempo y el buen tiempo es relativo. Que en esta nuestra tierra ni llueva ni haga frío en invierno no es buen tiempo. Es malo. Como malo es que llueva y haga frío en agosto. Es normal, incluso habitual, pero es malo. Nosotros tenemos bosques y praderas, y acuífer0s abarrotados porque llueve. No tenemos hoteles y resorts de esos porque hace mal tiempo.
Tenemos una vida gris como nuestro cielo, pero a la vez feritl y cálida como nuestro suelo. nunca seremos lo que nunca hemos sido porque siempre hemos sido lo que somos donde estamos.
Y dicho esto, que curioso resulta que hasta hablando del tiempo reaparece una y otra vez el espejismo homogeneizador. ¿Por qué será? ¿De quién será la obsesión?
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