Ayer, como estaba un poco perdido con el trastoque de mis series que provocó perdidos, zapeé mi tdt y me econntré con un estupendo reportaje, documental o como quiera que se le llame en la invisible 2. Estaba dedicado a Emilio Ruiz del Río, un profesional de la ilusión, el engaño y la magia. No era político. Era un representante de uno de esos oficios que pueblan el cine desde sus más remotos tiempos. El suyo en concreto era el de fabricar maquetas, falsear decorados, engañar perspectivas y fabricar a base de trucos, ingenio, y sobre todo oficio, realidades que cobraban vida en las pantallas. El reportaje es de los que llegan al corazón. Ahí se veía al “jubileta”, con andar pausado, aspecto bonanzible y una incansable inclinación a hacer las cosas bien. No confundir con amor al trabajo en el sentido productivo y productivista que hoy le damos. Era más bien la visión de un artesano hecha carne. La semana pasada o hace algo más vi otro programa posiblemente de la misma serie dedicada a un director de fotografía de los viejos. El tono era parecido. Anécdotas de tiempos en que la imaginación se construía con lo que se tenía a mano. Profesionalidad y a la vez capacidad de improvisación. Ajuste a los recursos que se tenían (qué remedio) y por encima de todo lo que hoy llamaríamos “oficio”.
Hoy las cosas son más sencillas, y lucen más brillantes, pero a menudo emocionan menos. Les falta el aura que trasmiten las manos, las imperfecciones que hablan de su fabricación y el contacto humano. Las peculiaridades de la herramienta aplicado con mimo y no siempre con tiempo. Se mueren los oficios, en suma. Se mueren los que los ejercieron y los hicieron grandes sin medallas ni homenajes, con el reconocimiento que muchas veces es el que más vale, el de “la profesión”.
Por eso a muchos de ellos ni les conocemos. Ni nos enteramos de que vieven o mueren. Por eso me ha llenado de alegría una iniciativa local que busca crear de nuevo el amor por los oficios. Aquí en Vitoria. Para restaurar muebles e inmuebles, fachadas e niteriores. Para adecentar la almendra nuestra y de paso restaurar las mentes de los que aprenden. Los aprendices. í“jalá que más allá del manejo de la gubia y la paleta les enseñen sobre todo el arte de disfrutar con lo que haces sin mirar el tiempo. El orgullo de saberse autor de una buena mesilla por encima del de ser productor o manufacturero de 100 mesillas de saldo. El placer por vivir la ocupación, el trabajo que dirían otros, más como una forma de coio que de negocio, una parte de la vida que nos hace tan vivos como otras. Y para eso, muchas veces, si algo sobra es el dinero, lo que falta y hace falta es el tiempo y el cariño.
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