Nos quedamos solos. Los que no tenemos vacaciones somos, además de minoría, según parece, somos decía, minoría ignorada e inexsitente. Condenados a ver refritos televisivos entre procesión y procesión. Sin tiendas en que comprar ni noticias que leer. Obligados a ver una vez más los mismos capítulos que vimos antes y a escuchar como los unos y los otros se van. Se quejan con frecuencia los responsables de tráfico de que la gente no escalona sus desplazamientos. Pero hablan de la misma gente a la que de forma explícita y subliminal se le repite hasta la saciedad que hay que irse, que todos se van, que nadie se queda, que no tiene sentido permanecer.
Pero claro, a la vez nos dicen que nuestro espacio vendrán otros a llenarlo. Los turistas. Y digo yo que los turistas buscarán algo más que una ciudad desértica. No creo que su sueño sea comporbar los efectos de las bombas de neutrones, esas que mataban sin romper. Alguien entonces, tendrá que quedarse para atenderles; para darles de comer y hacerles las camas de los hoteles; para robarles las carteras, los bolsos y las cámaras de fotos; para redactar las inútiles denuncias que consumen tus escasas horas de descanso; para poner en marcha las procesiones que a algunos llaman la atención, abrir los museos que anunciamos y hasta si se tercia para venderles algún recuerdo o souvenir.
Son legión los que hacen que una ciudad o un pueblo sea visitable. Y son legión currante, no vacacional a la que los medios ignoran porque están de vacaciones. Se ignoran incluso los becarios a sí mismos. Cosas que tiene el progreso, que nos hace incluso olvidarnos de nosotros mismos en beneficio de la mayoría que nos hace trabajar. Como el resto del año la mayoría vacacional cesante se olvida de si misma y de sus condiciones de vida y trabajo en beneficio de esa minoría cuyos sudores se miden en millones y sus preocupaciones en acciones y dividendos mientras las nuestras tienen escalas de 20 y forma de plazo e hipoteca.
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