Publicado en Diario de Noticias de ílava el 18 de mayo de 2010
Visto lo visto es más fácil acertar una quiniela, una primitiva, el euromillón o el número en que caerá el gordo de navidad que hacer en esta ciudad algo que guste a todos. Lo mismo da que sea una estación que un auditorio. Que decida uno ir a una procesión o no ir. Que pronunciar un largo discurso o unas breves palabras. Que nacer en Vitoria o cerca de Bilbao. Que ser del Río de la Plata o haber venido por la ruta de la plata. Que trabajar en Mercedes o en Michelín. Que ser blusa o no serlo. Que ser conocido o no serlo. Que prender la mecha a un cohete o dejar el mechero en mano ajena. De suspicaces que somos nos pasamos y vemos como buenos Quijotes gigantes en molinos y ogros en pellejos de vino. Y el caso es que, siguiendo con Cervantes o sin él, que hasta para las citas hay controversias, alguno habrá que dirá por este consistorio y sus alrededores aquello de ladran luego cabalgamos.
A mi me parece bien reclamar para los vitorianos de toda la vida que no tienen calle ni placa ni sus nombres salen en las negritas de las páginas de sociedad el honor que acostumbra a reservarse a los de siempre, a los de apellido ilustre y vivienda, en línea con las citas de esta columna, en el paseo de Cervantes o aledaños. Si acaso por poner un pero se lo pondría a Patricia. Pero no por argentina, no, sino quizás por demasiado conocida. Porque tengo la impresión de que aquí los nombres importan menos que los hombres en el sentido multigenérico del término. Gente que vive con pasión y siente con el corazón sus fiestas. Como muchos otros de los que sudan abajo en la plaza. Y como todos no caben pues hay que elegir y ahí quedan el resto de vitorianos con sus dudas y sus precauciones y, en más casos de los deseables, con sus envidias malsanas.
Hay quien dice que para sentir las fiestas hay que ser Vitoria, pero entonces sobrarían en ellas más de tres cuartos de la actual población de Vitoria. Hay quien habla de vizcaínos, gallegos, andaluces o extremeños. Hay quien habla de argentinos, y ya de paso de africanos, asiáticos y hasta europeos. Hay quien dice que lo tiren los políticos. Hay quien opina que son precisamente estos los que tienen la culpa de todo y debieran apartarse. Hay quien dice que el político en cuestión que en este asunto ha dado la cara y alguno se la ha partido no es de Vitoria. Hay quien dice que por eso está bien que se aparte. Muchos argumentos que sin embargo, como los diez mandamientos, se resumen en dos o hasta en uno: ¿Y por qué yo no?
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