Hay a quien no hace falta interrogarle, basta con dejarle que se retrate. Resulta que según puedo constatar, lejos de aspirar a que por fin desaparezcan las tinieblas que barrieron la república, lejos de orear los sótanos en los que torturaron los franquistas, más lejos aún de comprender que aún siendo atávico, inútil e innecesario, hay quien sigue empeñado en saber donde coño dieron tierra a sus padres o abuelos, hay quien sigue empeñado en emborronar la memoria legitimando lo ilegitimable y sembrando la ponzoña de la duda y la sospecha en lo legítimo y recuperable.
La última que ha llegado a mis oidos es la conspiración, digna del Código Da vinci o literatura similar, que según parece existe en torno a los papeles de Niceto Alcalá Zamora que, según siempre los grandes reinventores de la misma historia que ya inventaron otros, demuestran a las claras que hubo pucherazo en las elecciones del 36, y no sólo eso, sino que la destitución del propio Niceto fue oscura y posiblemente ilegal, y con todo ello se llega a la conclusión de que el gobierno del frente popular alcanzó el poder de forma tan antidemocrática como injusta. De ahí a inferir que el papel que jugaron los militares rebeldes y sus conmilitones civiles encabezando un levantamiento armado que provocó una guerra de tres años y una represión de cuarenta, no fue el de rebeldes sino el de garantes del orden constitucional y de la legitimidad democrática no va más trecho que el que separa a los que siguen creyendo que Gernika lo quemaron los asturianos y que dios creo al mundo en siete días de la gente normal.
Ayer terminé La raíz rota, de Arturo Barea. Un relato de ciencia ficción, supongo yo que dirán estos revisionistas más ocupados en la vida de los no natos que en la muerte de hombres, mujeres y hasta niños cuyo único delito fue, y para algunos lo sigue siendo hoy, el de haber defendido un sistema democrático. No es un retrato despiadado para con quienes debiera serlo. Se limita a describir con sencillez la asquerosa connivencia en que vivieron curas, falangistas, militares, policías, chulos, traficantes, estraperlistas y demás joyas para enriquecerse y medrar a costa de una población a la que quedaban pocas opciones: el exilio, el paredón o la cuneta, la prisión, el silencio prudente, el silencio cómplice, o echarse en los brazos del sistema y dedicarse, en la medida de las propias posibilidades y los ajenos enchufes a mandar gente al paredón, a la cuneta, a la prisión o al calabozo y con ello hacer el oportuno meritoriaje para entrar en el cuartel la comisaría, el puticlub o el convento y poder desde allíchulear, traficar, estraperlar y en generar robar.
Todo ello fue posible gracias a estos ilustres asesinos que algunos se empeñan en recuperar para la historia, y argumentos como el que hoy me ocupa me preocupan. Como todas las mentiras esconden la verdad, como las mentiras bastas apenas lo hacen con un poco de polvo, como todas las mentiras perversas ocultan, es un decir, malas intenciones.
Si los usurpadores de la eegitimidad constitucional y republicana fueron los miembros del frente popular, y fueron estos los que anularon la legitimidad democrática, por qué vivimos una dictadura durante cuarenta años. Las conquistas en educación, en igualdad de la mujer, en cultura y libertad y hasta en derechos civiles ¿que culpa tuvieron para pagar un precio tan alto? Yo no se si ellos viven engañados o son simplemente lo que fueron aquellos a quienes intentan honrar. Pero tengo muy claro que a mi no me engañan y que de honrados, en el buen sentido de la palabra, tienen poco, apenas nada.
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