Hortelanos

Publicado en Diario de Noticias de ílava el 22 de junio de 2010

Nos ha dado a los vitorianos por sumarnos a los fastos del centenario de Hernández, don Miguel. Puede que muchos sin saberlo o sin tenerlo claro. Pero de golpe todos quieren ser llorando el hortelano de la tierra que ocupas y estercolas. Sólo que al final nos dejamos de elegí­as y nos va más lo del perro del hortelano.

A vueltas con las huertas parece que los que las tienen no las quieren soltar y protestan airados porque es tal el cariño que han cogido a los terrones entre los que crí­an puerros y cebollas que los quieren suyos y de por vida. Hasta han recogido firmas y han conseguido que haya quien les apoye en su demanda. Más por ir en contra que por pararse a pensar si la cosa es justa. Claro, que nadie ha recogido las firmas de los que esperan, con la azada al hombro, a que un turno o un sorteo les haga ocupantes, que no propietarios, de tierras que arrullar con sus rejas de enamorados labradores.

Ya decí­a Proudhon hace años, siglos incluso, que esto de la propiedad es un robo. Lo que uno tiene se le niega al resto, pero aquí­ en Gasteiz como tenemos tanto suelo en el que poner los pies damos posesiones a diestro y siniestro. En un afán realista se empeñan las autoridades en que tengamos los pies en la tierra, y que igual que los solados oficialmente protegidos seamos amos del suelo que pisamos.

Lo que está claro es que a pesar de los esfuerzos parece ser que no hay tierra para todos. Así­ que una de dos, o nos turnamos o aumentamos la oferta de terruños. Visto que aquí­ cuando alguien pilla algo es difí­cil hacérselo soltar, y que además siempre sale alguien que le apoye, lo más inteligente serí­a ir buscando nuevos predios que ofertar, y se me ocurren varios. Bastarí­a simplemente con hacer un censo de las tierras verdes no pisables que decoran la ciudad con gran despliegue de agua, jardineros y otros dispendios. Las anchas avenidas de Lakua y Salburua y Zabalgana con esas grandes extensiones de jardines inaccesibles serí­an pasto de la azada. Las parcelas a la espera de equipamientos que no se harán dejarí­an de ser sembrados de basura para serlo de tomates y lechugas y hasta la enorme plaza de Euskaltzaindia, a la espera de auditorios y congresos, podrí­a ofrecer buenas cosechas de habas, caparrones y pimientos. Recuperado el diezmo y la primicia, podrí­an quienes acuden a los albergues, aterpes y comedores cenar verduras y ensaladas vitorianas y ecológicas, y todos tan contentos, con la cabeza alta y el porte digno de ser por fin orgullo de la huerta.

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