Estos días suelo dedicar mi blog a dejar escritas mis reflexiones acerca de lo que veo y oigo en el Festival de Jazz de Vitoria -Â Gasteiz. Pero no sólo de Jazz vive el hombre. El ser humano, incluso cuando es aficionado al jazz, también reserva parte de su sensibilidad para gozar de otras artes y otras bellezas y hasta para disfrutar de una buena comida.
Eso es lo que hacemos todos los años bajo la sabia batuta de mi padre, José Ignacio, Los amigos Willy y Lourdes de Guadalajara, Xavi de Barcelona, Patxi Ormazabal de la misma Vitoria y un servidor, en esta ocasión acompañado de mi hija. En esta ocasión, nos tocó enseñar a nuestros amigos algunos de los más bellos rincones alaveses, San Viventejo, Laño y Marquinez. Paisaje y piedra. Piedras que se levantan sobre la tierra o piedras que se horadan. Del paisaje que decir. Ni el pavoroso incendio que el año pasado arrasó el enclave han podido con él, y poco a poco va el bosque recobrando su verde habitual.
Tras la excursión, a la que desgraciadamente no pude acercarme, disfrutamos todos juntos de una estupenda comida en el Urgora, en Torre. Un sitio recóndito pero vestido con agrado. Un menú variado e ingenioso servida con una velocidad precisa, (un poco más hubiese sido lento) que facilitaba una comida con el tempo justo. Tres botellitas de vino y tres de agua, y de fondo, como si fuese un guiño, música de jazz a ese volumen que no estorba y pasa, como los buenos árbitors desapercibida.
La sobremesa nos llevó hasta cerca de las cinco y media, y ya sólo quedaban unas horitas para aquello de la ducha la búsqueda del abono o entrada y el paseo hasta el polideportivo. Como se puede observar en mi crónica del día, al menos para mi fue algo muy cercano a un día perfecto.
El año que viene seguiremos álava adelante
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