Hoy el parlamento catalán ha prohibido la celebración de festejos taurinos (no todos pero si casi todos) en la cataluña peninsular, lo que ha provocado el alborozo de unos, y la reacción de otros. Si he de decir verdad, ni con unos ni con otros comulgo, al menos en lo que al desarrollo “intelectual” del debate se refiere.
Creo yo que este es un debate viciado en todo punto y por ambas partes, un debate, en todo caso contaminado y contaminante. Vaya por delante que no hace ni tres días que asistí gustoso a una corrida de toros (mixta de rejoneo y toreo de a pie), y que puedo considerarme un mediocre aficionado que además ha gustado de lecturas tauromáquicas y de otras muestras artísticas relacionadas con el asunto.
Decía que está viciado en tanto que, tal como lo veo, me parece que no es aplicable el vigente esquema partidario, ni tan siquiera el identitario, sin incurrir en patentes contradicciones, artificiales controversias o aunténticas “crisis de fe”. Buena muestra de ello lo dan a fecha de hoy numerosos elementos. Sin irnos muy lejos, en nuestro abánico político las coincidencias o todo lo contrario se encuentran por doquier. Uno de los idolatrados líderes de Herri Batasuna fue mejor aficionado que torero, pero lo intentó. En algunos municipios EA jalea a los antitaurinos, pero Deba, municipio tradicionalmente en las manos de EA se autodefine como municipio taurino en sus papeles de promoción turística. En Vitoria mismo uno de los promotores históricos del partido es a su vez integrante de Vitauri. Del PNV cabe decir lo mismo, pues conviven antitaurinos declarados con habituales del tendido o el callejón.
Las fiestas vasconas por excelencia giran alrededor del toro, ya sean san fermines, blancas o semanas grandes, y puestos a buscar hay multitud de elementos que ligan a los vascos con la tauromaquia. Sirva como remate a esta cuestión el hecho de que cuando era pequeño, y en Vitoria el euskara era una joya en recuperación, el espacio y el momento en el que más euskara se oía eran los alrededores de la plaza en la feria de la Blanca. Eran muchos los que se acercaban desde tierras vizcainas o guipuzcoanas para ir a los toros, no a las concentraciones antitaurinas.
Por otra parte, y es otro de los vicios, la credibilidad de los agentes implicados en el debate incurre a menudo en numerosas contradicciones.
Los detractores hablan generalmente de cosas como la ética y la evitación del maltrato a los animales. Sé que lo que diré es absolutamente incorrecto en lo que respecta a la corrección política imperante y los tabúes que impone, pero sin reclamar que sea absolutamente cierto si que se da en suficiente proporción como para pararse a pensar en ello. La ética es un sistema complejo, completo y coherente de creencias o valores, desde mi punto de vista básicamente orientado a comportamientos humanos, y por tanto ausente del reino animal. No puede hablarse de ética animal, y tengo mis dudas acerca de que el trato ético a los animales tenga algo que ver con lo que propugnan los que lo defienden. En todo caso me llama la atención como muchos antitaurinos, especialmente en estas tierras nuestras, compaginan tan eficazmente su fobia contra los toreros con su ceguera frente a las agresiones que sufren otros congéneres suyos, como si por poner un ejemplo los concejales del PP o del PSE no fuesen ni tan siquiera animales. No entiendo como puede defenderse la no violencia contra el toro a la vez que se muestra alegría por la que este ejerce sobre el torero o incluso se participa en actos violentos contra quienes asisten a los espectáculos. Es curioso también la distinta actitud que se tiene con el rejoneo, habida cuenta de que en esos festejos el toro si que está indefenso y mutilado… para no hacer daño al caballo. ¡Pero es que son tan bonitos los caballos! ¡Cómo si fuesen menos animales los toros que los caballos! Hasta me parece un tanto contradictorio mezclar en el mismo sistema de valores la defensa del derecho al aborto con la oposición a las corridas de toros. Eso por no hablar de una cierta hipocresía o conducta más de pose que de contenido que nos lleva a olvidar el papel que ocupamos en el mundo y la forma en que en general lo tratamos, incluidos a nosotros mismos. Reclamar condiciones de autopullman para el traslado de las reses al matadero cuando diariamente se hunden pateras en el atlántico o se estampan los trenes en la india es como reclamar derechos para las mascotas cuando mueren los niños a cientos en el planeta. Pero bueno, es lo que tiene esto de la ética, que te vas metiendo y llegas a veces a donde no quisieras.
En cuanto al los tractores, por aquello de separarlos de los detractores, el panorama es parecido. No se trata de defender la unidad de españa, ni tan siquiera el rassgo sacrosanto y unificador de su cultura. No se trata de hablar de las condiciones de vida del toro, que para si las quisiese la más mimada de las mascotas. Y si hablamos de cultura defendamos la cultura toda, no solo la de pandereta y faralaes. Ni en el fondo se trata de buscar una explilcación racional a todo esto.
Se equivocan quienes buscan justificar el asunto con el arte. Pero también quienes desprecian este punto. Si a mi me piden razones para oponerme a la prohibición diré que posiblemente no las tenga. Pero diré también que no las busco. Cuando acudo a un festejo siento una emoción y experimento unas sensaciones que me resulta difícil describir. En todo caso poco tienen que ver con el morbo, poco con la crueldad. Son esas sensaciones plásticas y a la vez humanas, tintadas de cierto atavismo, preñadas con cierta magia. Las mismas que atraparon a goyas y picassos, a lorcas y hernándezes a muchos de quienes admiro y a quienes nunca he tenido por asesinos ni criminales, ni tan siquiera por insensibles ni salvajes…
Puede que en un mundo perfecto los bueyes se suiciden y los pollos nazcan muertos y todos seamos felices y comamos perdices muertas de viejas. Pero hasta entonces tengo la impresión de que el de los toros no es el punto crucial de tantos debates ni la panacea para la perfección del mundo.
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