Publicado en el número 8 de la revista Herrian, de la Asociación de Concejos de ílava
Cuando inició su andadura Herrian, empezó también esta sección. En cada número hemos ido, cuadrilla a cuadrilla, dedicando un par de páginas a esos rincones semiocultos que pueblan nuestras tierras y escapan a menudo de guías, mapas y visitas. Le llega ahora el turno a la Cuadrilla de Vitoria, al municipio de Vitoria y a su capital, Gasteiz. Y si en otras cuadrillas no es fácil el empeño, no lo iba a ser menos en esta que, además de cobijar a la mayor parte de la población alavesa, ocupa casi tanta extensión como todo el enclave de Treviño y cuenta, además del núcleo urbano, con unos sesenta pueblos habitados.
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Por otra parte, una sección llamada como ésta, Rincones semiocultos, y ambientada en ílava, no podía tener mejor final que el viejo y humilde molino de Legardagutxi, ese que se halla “en un rincón semioculto de la campiña alavesa” y que ofrecía no hace tanto tiempo una estampa de “bella rusticidad” dónde muestra hoy el traspaso de poderes entre el hombre y la hiedra. Un lugar que hoy resultaría fácilmente accesible y convertible en espacio útil, didáctico y visitable, ligado incluso a la cultura del agua tan presente en la cercana depuradora de Crispijana. Un edificio que el consistorio anota como catalogado y por tanto sometido a protección pero al que sin embargo nadie defiende del olvido, las zarzas y la hiedra. A salvo su vieja piedra de moler en la plaza de Lermanda parece que a nadie importan ya los muros que la oyeron cantar, ni los espacios donde Miguel y Justa adoraban a su nieta Carmen, la hija de Micaela.
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Es poco más que otro de tantos rincones que en su día fueron vivos y van quedando más ocultos que semiocultos en las riberas del Zadorra y en las canciones de Donnay. El río aquel en el que unos molieron, otras lavaron, unos y otras se bañaron y hasta todos juntos remaron. Desde Gamarra hasta Trespuentes avanza nuestro río bañando directamente o a través de sus afluentes a todos los pueblos de Vitoria, rincones semiocultos muchos de ellos dignos cada uno por sus propios méritos y valores de una sección como esta. La bella Zurbano, la señorial Mendoza, Martioda y los escondidos Huetos. Esquivel y Subijana, Berrosteguieta, Castillo, Monasterioguren, Aberasturi, Arkaia y hasta Elorriaga por citar sólo algunos y terminar en casa del anfitrión, en el pueblo que acogió antaño a la noble Junta de Hijosdalgo y que hoy sirve de sede a la editora de estos textos, la Asociación de Concejos de ílava.
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Nadie niega que Vitoria ““ Gasteiz no atesore su buen repertorio de rincones. Sirva como ejemplo el rinconcito ese que encontramos nada más entrar en la Correría que nos invita a mirar hacia lo alto y tener una de las más singulares vistas de la torre de San Miguel. El angosto callejón coronado en una gran escalera, reducto último del adoquinado que no hace tanto tiempo lucían orgullosas las calles del casco viejo y que hoy queda relegado a estas pequeñas “reservas”. El muro blasonado de la casa de Pedro López de Ayala, Conde de Salvatierra, y más recientemente, las mesas y las sillas de un remozado establecimiento ofrecen un marco incomparable para tomarse una “consumición con vistas”. Pero más allá de estos rincones interiores, lo que Vitoria debiera hacer es invitar a sus ciudadanos a no quedarse dentro del anillo verde, saltarlo y disfrutarlo desde fuera, desde ese mundo tan próximo y a veces tan lejano que son los pueblos de los que hablamos. Cualquiera que lo intente se dará cuenta de que para vivir experiencias vivas y concretas no siempre hace falta coger aviones o autobuses. Muchas veces están más cerca (aunque por decirlo todo, precisamente lo que no hay son autobuses).
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