Y seguimos con las ministras. Si antes hablábamos de la de Sanidad hablaremos ahora de la de cultura. El caso es que la buena señora, víctima del síndrome de estocolmo, del más cercano de “la bien pagá”, o del más popular del estómago agradecido, ha manifestado su postura en relación con las declaraciones que algunos miembros de la farándula otrora tan alabados en situaciones semejantes cuando quien gobernaba era el PP y las opiniones que manifestaban en torno a conflictos internacionales eran absolutamente congruentes con las de ahora y por tanto similares. El caso es que como el gobierno al que pertenece, y nunca mejor dicho, mantiene una peculiar postura en relación con el asunto del sáhara la ministra ha dicho que el que no sea experto que se abstenga de opinar. Vamos, que como ellos saben de interpretar pueden hablar del gobierno, que de actuar sabe lo suyo y de guiones también. Pero de las actuaciones del gobierno marroquí, de su festival de cine y vídeo de ficción, y del pisoteo y recochineo que sufre el pueblo saharaui de eso no. De eso tienen que hablar los que entienden, como ella, las oscuras razones que el gobierno al que pertenece conoce. Claro que por supuesto no las puede decir porque se ha enterado de ellas al abrigo de la promesa que hizo de matener el secreto de las deliberaciones del consejo de ministros. Así que unos porque no sabemos y otros porque no lo pueden decir, los saharuis, como siempre, a los pies de los caballos árabes del rey alahuí.
Yo en las palabras de la Sinde sólo veo un punto de esperanza. La aplicación generalizada del concepto, preferiblemente a golpe de decreto u orden ministerial, puede por fin librarnos de muchas de las tertulias que desgarran nuestros oidos y atentan contra nuestros sentidos y lo que es más importante contra el que todos debiéramos compartir, el sentido común. Las acciones de la Cope, intereconomía y medios de pelo similar han caido como un mal sufflé.
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