Una vez más, un gobierno me sorprende. Son tantos los gobiernos que me sorprenden, como tantas son las cosas que me causan perplejidad, que al final entre unos y otros he de reconocer que me aturden. En esta ocasión se trata del basket. Cómo no tenemos bastantes debates ni frentes abiertos, como se ve que el gobierno vascongado se ocupa de estas cosas mientras los asuntos serios se arreglan y solucionan allende el Ebro y al otro lado de Somosierra sin que estos se enteren, pues ahí que va, la dirección general de juegos, espectáculos y procesos electorales (hasta aquí aunque parezca broma es cierto) asume las competencias de agitación mediática y lanza un nuevo proyecto amparado en la ola de igualdad que nos invade.
Ahora se trata de las cheerleaders, las animadoras esas que importadas en el mismo lote que san patricio o hallowen nos vinieron desde las casposas cintas americanas para adolescentes y no tan niños y cayeron, junto con hamburguesas, gorras y otros artilugios sobre nuestras canchas de baloncesto. Bueno, pues resulta que semejante espectáculo no resulta igualatorio, porque sólo se ponen en evidencia ellas, añado yo. Porque sólo son muejres o proyectos de mujer por aquello de la edad, las que ofrecen sus encantos para entretener a las masas que asisten al combate deportivo y se agitan en las gradas. Así que la solución es muy sencilla, en vez de eliminar el espectáculo por no considerarlo edificante ni dignificar a quienes en él participan sea como agentes, sea como pacientes, lo que hacemos es que puedan también ellas, desde su posición de espectadoras, disfrutar de la vista de cuerpos varoniles contoneándose en la pista y marcando lo que tengan que marcar, abdominales o lo que sea. Pues muy bien, una vez más nos igualamos por debajo. Una vez más el proceso de equiparación no representa avance alguno salvo que profundizar en lo evitable sea considerado una forma de avanzar.
Al final charcutería por doquier y para todos los gustos, pero bueno, como suele decirse con resignación… tendrá que ser así.
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