Ayer hizo algo así como 198 años nació Darwin, Charles Darwin. Dentro de dos años será su bicentenario, y camino de tal efeméride se celebran los doces de febrero el día de Darwin. Hay incluso una organización que trabaja ya en este bicentenario, la Darwin Day Celebration nonprofit corporation.
Con este motivo hoy son varios los medios escritos que se refieren al asunto, y que lo hacen en el fragor de la reciente y creciente polémica que, cosas de la vida, vuelve a rodear su obra casi doscientos años después. Un personaje interesante el Darwin este, una curiosa biografía, muy bien contada en primera persona por cierto, cuya lectura resulta a todas luces recomendable y que por cierto fue reeditada el año pasado (Autobiografía: Charles Darwin).
Pero volviendo al tema de la polémica, la que enfrenta a los retrogrados con el sentido común, o dicho de otra forma a los creacionistas de siempre, disfrazados ahora bajo el pomposo nombre del Diseño inteligente, lo cierto es que la observación de ciertos comportamientos de los indivíduos de la raza humana, invitan al menos a considerar que nuestra especie es sin duda alguna un islote en la lógica de la evolución. O eso, o que realmente algunos nos equivocamos de plano al soñar con las metas de ésta.
Quizás sea un error equiparar evolución con superación, quizás se trate tan solo de que sobrevive el más fuerte, el más rápido, o simplemente el mejor adaptado. Puede entonces que no se trate de trasformar la sociedad, de mejorarla, de hacerla más justa, sino simplemente de adaptarse a ella. Lo que ocurre es que en ese caso, y desde una posición ética más que política, nos encontramos frente a la involución mas que ante la evolución.
Y desgraciadamente, un vistazo a nuestro entorno, nos hace pensar en que algunos no evolucionan, se estancan o involucionan. Ejemplos hay tantos, tan cerca y tan lejos, que puede que sea mejor dejar que cada uno piense sobre ello y defina sus involucionistas. Cuando crucemos todas las listas, posiblemente tengamos el padrón.
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