Publicado en el número 10 de la revista Herrian (página 8), de la Asociación de Concejos de ílava (ACOA-AKE)
Hubo un tiempo en el que no había tiempos muertos. La gente entendía de cestos y hasta los hacía aunque nadie hubiese inventado aún el baloncesto. El tiempo, sobre todo en el campo, era el que repartía las tareas, y los ocios eran escasos. Siempre aparecía alguna labor con la que aprovecharlos.
Los duros inviernos tampoco detenían las tareas y solo algunos meteoros excepcionales, como las nevadas, obligaban a las familias y a los vecinos a refugiarse en sus casas. ¿Tiempo de descanso entonces? No. Como ya hemos dicho, siempre había algo que hacer o siempre se podía hacer algo más útil que ver la tele o navegar por Internet, que no digo yo que no sea útil. Pero si entonces no había casi ni luz, de estas modernidades ya ni hablamos.
Una de estas ocupaciones era la elaboración de sogas. En sitios como La Puebla de Arganzón no existía lo que específicamente pudiésemos denominar “sogueros”. En los días en los que la nieve impedía salir al campo, los vecinos se juntaban y se dedicaban a la elaboración de sogas. Eso que ahora compramos por metros y a lo que apenas damos importancia se hacía a mano y se empleaban para ello pequeños trozos de cuerda que hoy tiraríamos sin pensarlo.
Y es que cierto que por aquel entonces, y no hablo de mucho más que de cincuenta o sesenta años atrás, las cuerdas se usaban para todo, o para casi todo, y como todo lo que se usa, se empleaba una vez y otra, y cuando dejaba de servir se convertía en materia prima y vuelta a empezar. Las cuerdas que ataban las gavillas no iban al fuego, en los días de invierno en que nada mejor se podía hacer volvían a ser útiles gracias al trabajo de los sogueros, quienes las convertían en sogas para el ganado, para los carros, para los aperos,”¦ Sogas para todo hechas con retales de cuerda reaprovechados.
Tanto mirar al futuro para buscar energías sostenibles, predicar el reciclaje y rebuscar entre los sabios y los gurús las claves de una economía respetuosa con el medio ambiente y el entorno, y resulta que aquí, en el baúl de los olvidos, tenemos escondidas cosas que hoy pondríamos como modelo de buenas prácticas ambientales y productivas, como  ejemplo de reutilización de materiales y optimización de recursos y que entonces se hacían simplemente porque hacían falta, porque eran necesarias.
¡Qué manía tenemos de reinventar la rueda! ¡De hacer experimentos cuando solo tendríamos que deshacer olvidos y adaptar herramientas! Pero claro, eran otros tiempos, nos decimos mientras vamos a la tienda a comprar las cuerdas que nos hacen falta. Es que no tenemos tiempo, mientras estamos a resguardo dando cera a los esquís. Esto no vale la pena, cuesta más hacerlo que comprarlo, mientras vamos al contenedor con los trozos de cuerda que nos han sobrado de cualquier tarea.
La vida del campo que descansa en el baúl de los olvidos tiene mucho que enseñarnos.
Nota: El artículo está ilustrado con imágenes del proceso de elaboración de las sogas que puedes ver en la publicación on line.
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