Publicado en el número 10 de la revista Herrian (página 9), de la Asociación de Concejos de ílava ACOA-AKE
La confección de sogas era una tarea de esas que podemos denominar comunitaria con que se ocupaban los días de invierno en los que la nieve hacía imposible otra labor. No había profesionales dedicados expresamente a ello, sino que los propios vecinos se ponían manos a la obra y con las herramientas de uno, en la cuadra del otro, con las cuerdas de alguno y con las manos de todos se sacaba adelante la labor.
Así lo recuerda Jesús Piñol, de La Puebla de Arganzón, quien lo vivió en su infancia y quien junto con otros vecinos realizó el pasado San Isidro una demostración práctica del proceso. Usaron los útiles de la época que aún conserva y revivieron sus recuerdos para demostrar como funcionaban.
“La gente se solía reunir en nuestra casa porque era larga”, nos comenta. Larga no por el número de familiares, sino en su sentido más literal, hacía falta una cuadra o un cobertizo de más de 15 metros, que solía ser uno de los largos habituales de las sogas.
Los útiles eran el torno, a cuyos ganchos se ataban los extremos de la cuerda que había que trenzar, el carro, por el que se pasaban juntas y el husillo, la pieza que servía de guía a los cabos que iban a ser trenzados.
La materia prima eran trozos de cuerda de unos 70 cm que procedían a menudo de las cuerdas que ataban las gavillas de cereal y que se cortaban para la trilla. Una vez eliminados los nudos (era lo único que no servía) las cuerdas se enlazaban formando guías de algo más del doble del largo de soga que se deseaba obtener (era habitual hacer sogas de unos 15 metros).
Cuando las cuerdas estaban preparadas se ataba uno de sus cabos a uno de los ganchos del torno y, pasando por el gancho del carro se ataba el otro a otro gancho del torno. Según se quisiese hacer una soga más o menos fuerte, de más o menos calibre, se añadían más cuerdas a los ganchos el torno.
Llegaba entonces el momento de tensar la guía, colocar el husillo haciendo pasar las cuerdas por sus acanaladuras, y comenzar a dar vueltas al torno y a la manivela del carro. El trenzado hacía que el carro avanzase hacia el torno, que se fijaba a algún punto fijo. El soguero iba caminando hacia atrás manejando el husillo hasta que la cuerda quedaba completamente trenzada. De ahí viene la expresión que recogen algunos de “ir p”™atrás como el soguero”.
Cuerda a cuerda el trabajo iba avanzando y llenando los días de invierno. Las sogas así trenzadas servirían más adelante para guías de las caballerías, para asegurar las cargas de los carros, de mies o de leña, para tirantes, ramalillos y puede que en verano, hasta para algún columpio junto al río.
Todo un ejemplo de esas tareas que además de ser útiles crean lazos de comunidad y hacen aprovechable lo que de otra manera tiraríamos. Y como aquí de lo que se trata es de rescatar olvidos, vaya nuestro reconocimiento a Jesús, y a los vecinos de La Puebla que nos dejaron su testimonio y su demostración para el recuerdo.
Ya sabéis que nos tenéis a vuestra disposición para recuperar oficios, tradiciones, ocupaciones y también fiestas y costumbres. Queremos seguir vaciando con vosotros el baúl de los olvidos.
elbauldelosolvidos.herrian@gmail.com
Nota: El artíoculo está ilustrado con varias fotografías que podeis ver en la publicación on line.
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