La fundación Sancho el sabio ha anunciado una bonita iniciativa. Le llaman el taller para recordar. Y creo yo que bien podría llamarse el taller para descubrir, porque eso, en el sentido documental de la palabra es lo que muchas veces es bucear bucear en esa memoria externa que son los archivos.
Una bonita iniciativa porque es de esas iniciativas que personalmente me parecen socialmente envidiables. Se trata de quitar el miedo a los archivos y el aura demiúrgica al archivero. Se trata de enseñar a investigar, lo que además de conceder más libertad y dotar de las herramientas necesarias a la capacidad de iniciativa individual, supone, engrandecer la valoración que por el trabajo de los que se dedican de forma contínua y más o menos profesional a estos menesteres pueda tener el gran público.
Me gusta porque siendo una iniciativa modesta tiene sin embargo numerosos valores y plantea un amplio camino de propuestas. Pero es un primer paso. Un paso interesante en una línea de trabajo más que interesante vital, y no lo digo por el patrocinador, sino por la esencia.
Enseñar lo que esconden los archivos no ya de otros sino de nosotros mismos es fundamental para aprender a apreciar y valorar los documentos.
Demostrar como todo puede encontrarse si está bien organizado y lo inutil que es cuando está desordenado y fragmentado es invitar a los celosos de lo suyo a compartir sus fondos, a depositarlos incluso allá donde se sabe que serán bien tratados y hasta mimados.
Ilustrar con la propia historia que la historia no es patrimonio de los sabios, que cualquiera con el interés suficiente y la formación necesaria puede hacer sus pinitos es, en los tiempos que vivimos, conveniente y estimula el cariño por la propia comprensión y conocimiento de las cosas, algo hoy más que nunca necesario.
Dejar que cada uno sea el que investigue y ofrecer la ocasión de ver el tiempo y el esfuerzo que ello supone, enseña a la gente a valorar el trabajo de los historiadores y a ser más cuidados con sus valoraciones.
Descubrir la distancia que media entre los recuerdos mentales y los documentales es también importante para formarse una opinión más abierta de las cosas, más relativa de las grandes verdades de toda la vida que a menudo los archivos nos enseñan que ni son tan verdades ni son tan de toda la vida.
En fin, que no puedo sino aplaudir tan bonitia iniciativa y animar a la fundación a seguir este camino, y puestos a animar, incluso me atrevería a plantearles una iniciativa complementaria y congruente con esta. Un taller o serie de talleres a los que podríamos llamar algo así como “Del síndrome de Diógenes al archivo familiar organizado”. Soy el primero al que le encantaría organizar el montón de papeles y otras cosas que inundan los rincones de mi casa bajo el criterio peligroso de guardarlo todo para no encontrar nunca nada. Aprender a organizarlo y aprender también a fijar criterios para alimentarlo (saber qué puede tirarse y qué no), nos ayudaría no solo a todos para bien de cada uno, sino que puestos a pensar, facilitaría mucho el trabajo a los encargados de gestionarlo en caso de donaciones o “abandonos” forzados de esos que provoca la vida cuando se acaba.
Lo dicho, ánimo y adelante.
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