Publicado en Diario de Noticias de ílava el 7 de junio de 2011
Entre los viajes y los oficios, y algo que pongo de mi arte y de mi parte estoy últimamente haciéndome un detallista. Yo prefiero llamarlo así, parece más educado y se entiende como algo más altruista y positivo, aunque sé que a muchos les parece más exacto el término “tocapelotas”. El caso es que si vas llenando la vida, la ciudad, el municipio y hasta la provincia o el territorio de pelotitas de todos los colores, tamaños y materiales, lo realmente difícil es conseguir andar por él sin tocarlas. La única manera de hacerlo es andar así como levitando. Pero puestos a tomar opciones, y hablando de levitas y pelotitas, prefiero ser tocapelotas que tiralevitas. Se trata en ambos casos de insistir, pero prefiero el estímulo mental a la adoración servil.
Pero a lo que iba que me estoy escapando. La semana pasada hablaba de los detalles, y de cómo en esos casos el tamaño importa. Los pequeños detalles nos hablan del cuidado que podemos presumir con los grandes y distinguen al meticuloso del descuidado. Pero en cuestión de detalles y sus dimensiones no solo cuenta el tamaño, la distancia también importa. Los detalles lejanos nos hablan del alcance de miras. Los cercanos, en cambio, nos hablan del peligro que a veces tiene mirar siempre a lo lejos y no ser capaz de verse las propias manos.
Yo que ando estos días de mudanza estoy dejando en cajas algunos detalles pequeños y cercanos que tenía ilusión de ir solventando. Como no va a poder ser pues los dejo por si alguien tiene el gusto de acogerlos en su cuaderno de buenas intenciones.
Uno de ellos está muy cerca del ayuntamiento. Prácticamente toda la corporación pasa a diario junto a ellos o sobre ellos. A menudo incluso lo hacen mientras comentan cuestiones de rampas, ascensores, servicios habilitados, escaleras imposibles o aparcamientos reservados. Y mientras tanto los dos escalones que impiden el libre acceso a un café, a un pintxo o un gazpachito; a un buen afilado o una tijera coqueta y a un rinconcito olvidado, los dos escaloncitos decía, siguen ahí. Sólo son dos, y se podían haber rellenado con los cascotes de las baldosas que saltan junto a ellos por todos lados. Pero no. Ahí siguen los pobres olvidados y haciendo flaco favor. La ruta de la accesibilidad que promueve el consistorio comienza casi a sus puertas con un tropezón. Y no es sólo cuestión de imagen. Seguro que además de los mencionados, gentes tan capaces como repartidores, niñeros o hasta personas usuarias de carritos también lo agradecen.
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