En cierta ocasión, le preguntaron a Michael Foucault por qué le interesaba tanto la política. Se negó a responder al tiempo que daba una respuesta, y su respuesta fue, ¿por qué no debería interesarme? y ya de paso, se explicó y explicó lo que es en realidad la política. “Qué ceguera, que sordera, que densidad de ideología, debería cargar para evitar el interés por lo que probablemente sea el tema más crucial de nuestra existencia, esto es, la sociedad en la que vivimos, las relaciones económicas dentro de las que funciona y el sistema de poder que define las maneras, lo permitido y lo prohibido de nuestra conducta.”
La política, entendida como una de las bellas artes, que diría Quincy, es un arte antiguo, haciendo un juego de palabras es, posiblemente, el oficio más antiguo del mundo. Si hay grupo hay política, es así. Arrastramos de ella el origen griego, pero no es hasta hace apenas dos o tres siglos que aparece indisolublemente unida a lo que conocemos como partidos.
Y a partir de aquí vienen los problemas, vienen los líos. No aspiro aquí a ilustrar una teoría sobre el sistema de partidos, me llevará más tiempo y precisará de más espacio. Me refiero simplemente a esa expresión tan coloquial de “no queremas nada de política”, que se dice cuando se está haciendo precisamente política. Y es que hay una especie de maldición en trono a lo que es la política profesional, la política de partido, en definitiva la política con adjetivos, cuando en realidad, la política, la grande , la mayor, no tiene adjetivos, posiblemente no tenga ni forma, es simplemente un proceso, de conservar o intentar subvertir una situación concreta de relaciones de poder.
El propio Foucault decía en esa misma entrevista, que “el  poder político va mucho más allá de lo que uno sospecha”, y que desde una óptica de rebeldía, la primera labor o tarea política es desenmascarar el funncionamiento de las instituciones que parecen neutrales e independientes.
Bueno, pues dentro de esta tarea, que duda cabe que una de ellas la forman aunque no lo sepan o no quieran reconocerlo, los apolíticos.
Â
La política se ha convertido en la defensa a ultranza de espacios de poder. Y se parece más a una partida de ajedrez donde lanzas la torre a la cabeza de tu contrincante.
Me gustaría que hubiera una manera más sencilla y directa de ejercer la política,