Lo que está pasando estos días con el fallecimiento de Steve Jobs tiene sus derivaciones particulares (el personaje, su vida su obra y su trascendencia), y universales (la evolución de los ritos y por elevación de nuestra cultura).
En una de sus múltiples definiciones podríamos decir que el ser humano es una animal capaz de ritualizar. Podríamos decir incluso que más que capacidad, lo que el humano siente por los ritos es necesidad. Pasan los siglos, las culturas nacen, mueren o evolucionan y los ritos permanecen. Y lo hacen aquí y allá, en multiples caminos paralelos. Aquí y allá, ayer y hoy el hombre ritualiza los hitos de su vida y los del mundo en que se mueve. Da igual que se llame andanas. Los cambios de estación se asocian a rituales. El nacimiento, la superación de la infancia, el matrimonio y por supuesto la muerte, también.
Cada cultura impone sus señas de identidad y materializa los ritos en símbolos y costumbres, en actitudes y respuestas que acaban por ser prácticamente automáticas. Y ahí estamos nostros… superando la oscura edad media de los ritos dominados por la religión y adentrándonos a tientas en la nueva ritualización del humano 2.0, del humano del nuevo milenio. Y como todo en la vida… cogemos claramente lo peor y más ridículo de lo que pretendemos sustituir.
Ha muerto Steve Jobs. No dudo de la desgracia que ello representa para quienes le conocen y aprecian y del alivio y hasta secreta satisfacción que genera entre los que le conocen y le desprecian. Pero de ahí a lo que está pasando va, no nos despitemos, la misma distancia que va del velorio publico y universal con sabor a manzana plagado de hagiografías y espontáneas manifestaciones de duelo que estamos viendo, a lo que podrían ser las exequias de Ramses II, Cayo Julio Cesar, de los Católicos Reyes que en el mundo ha sido y de los Papas, Sultanes, Califas, Imanes y hasta Lamas que nos han contado.
El siglo XX ya trajo consigo la mediatización del dolor ajeno. No podía ser de otra forma. La gente que se mete en nuestras vidas hasta el punto de determinarlas acaba siendo casi de la familia y a veces hasta más. El siglo XXI va imponiendo sus nuevas normas en una sublimación de esa espectacularización de las exequias. En el fondo casi ha establecido un rito en toda regla:
- El ser premitificado muere.
- La noticia corre como la pólvora.
- Todos los medios tradicionales, sociales, 2.0, escritos, sonoros, audiovisuales, virtuales, todos… sacan de sus archivos, rematan y publican los reportajes preescritos, más aún si el óbito es, como en este caso, cuestión de tiempo.
- Los lideres de opinión, y con la irrupción de los nuevos medios, los opinadores espontáneos adornan los reportajes previos con más o menos sesudas opiniones, generalmente laudatorias, sobre la importancia y trascendencia del finado no ya en el círculo de su familia o de sus amigos o conocidos. Ni tan siquiera en la de su comunidad. No. Generalmente, como diría aquella, analizan el deceso como si de un acontecimiento de dimensión planetaria se tratase, y puede que, acudiendo al “efecto mariposa”, efectivamente lo sea.
- Los afligidos seres que pasan a esa horfandad planetaria acuden en masa a los puntos prefijados y colocan velas, y flores, y dejan sus mensajes, y si los medios no se encargan de multiplicarlos, ellos mismos, con sus redes sociales extienden y hacen factual el luto universal.
- Los mercados analizan el impacto financiero del acontecimiento en sus cuentas de resultados y se apresuran a descontar sus consecuencias o a asegurar sus beneficios.
- Pasado unos meses todo acaba en los juzgados, porque una cosa es la herencia simbólica y cutural y otra es la pela.
En cada caso todo esto se matiza con pequeños detalles: que si debajo de la vela hay un disco de Amy, un guante blanco o un Ipad; que si el lugar central de duelo lo monta una discográfica, un gigante de la informática y las comunicaciones o a quien corresponda. Pero básicamente viene a ser lo mismo.
A mi en general me llama la atención la capacidad de sentir tan dentro los dolores ajenos. Me hace preguntarme cuántos de estos compungidos tuvieron en su día mejor ocupación que ir al entierro de su abuela. Cuantos leen las esquelas como si fuese la página del tiempo. Cuantos desconocen y a veces desprecian el sufrimiento pobre y anónimo, el que realmente es universal, y sin embargo derraman sus lágrimas por estos personajes de cuya realidad real a menudo conocen poco o nada.
A mi en general me choca la pasión con que se entregan a ritos públicos y cada vez más establecidos gentes que probablemente abominan de las ritualizaciones religiosas. Gentes que no son capaces de tomar la distancia suficiente para darse cuenta de que entre las imágenes que ellos generan y las de una procesión de semana santa, la peregrinación a la meca, o el muro de las lamentaciones hay menos distancia de la que creen.
A mi en particular me resulta dificil adorar a alguien que, pese a tener los medios para escapar a una enfermedad de la que otros no pueden escapar por carecer de medios, tomó una decisión erróneamente “moderna” y al final llegó tarde al remedio. A alguien que no tuvo reparo en generar una enorme fortuna a base de esos nuevos conceptos que hablan de concentrarse en labores de alto valor añadido y que en la práctica suponen la producción deslocalizada en condiciones de bajo coste laboral para aumentar la plusvalía del ingeniero creador. A alguien que lejos de tener un concepto altruista de la tecnología basó su éxito en una concepción elitista de la tecnología y el diseño y en una visión exclusivista de la tecnología y la producción.
En fin, que no dudo de sus méritos. Son dos los hechos que le avalan: la dimensión económica del beneficio alcanzado y la dimensión simbólica de la adoración generada (además en vida, que es más dificil). En lo segundo no deja de ser algo parecido a un profeta o un lider espiritual en versión siglo XXI. Pero ese liderazgo religioso estaba demasiado vinculado a su liderazgo mercantil como para suscitar mi adoración. Puede que lo admire pero no lo adoro. Eso es todo.
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