Demasiado a menudo, la misma boca con la que nos quejamos es con la que colaboramos a que otros se quejen de lo mismo que nosotros nos quejamos. Demasiado a menudo y en demasiados campos somos, sin estricta necesidad de serlo, colaboradores necesarios en nuestra propia condena. Vas por ejemplo a tu caja de ahorros, nuestra Vitual Kutxa camino de su Kutxa Bank, te informan del último abuso y todavía tienes que aguantar como el empleado te mira como a un bicho raro cuando protestas. El pobre no se da cuenta de que en el fondo protestas pensando en su futuro. Cosas como lo de la directiva de no dar en ventanilla cantidades inferiores a 300 € (si son superiores a no se cuanto tampoco te las dan, se ve que cuidan tan bien nuestro dinero que no nos lo dan ni a nosotros…) son un paso más a la banca sin personas. Esa banca que se basa en el uso de una tarjeta que al principio te regalaban y que cada nos hacen más cara y más necesaria. Esa banca que dará con los huesos del que ahora nos lo explica con tanto detalle como convicción en la cola del paro.
Es como el camarero que te mira con cara de… “dónde irá este pobre hombre” cuando protestas porque el vino que te tomas haya pasado de valer 1€ a valer 1,10€. Se suelen quedar más pensativos cuando le dices simplemente aquello otro de… mira tu nómina a ver si te han subido el sueldo un 10%, luego mira a tu jefe, a mi y mira luego a un espejo, y me dices a cual de los tres se nos ha quedado más cara de gilipollas.
Y es que siempre me ha sorprendido y me ha movido a la reflexión la forma en que a lo largo de la historia vemos como no ya sólo es que nos dejemos pisotear, sino la forma en que colaboramos con ello. Es una de las cosas que me llamó la atención en el librito que comentaba el otro día (Los náufragos del Batavia). Es lo que llama la atención en las dictaduras y en las situaciones de dominio absoluto y cruel de una comunidad. Es en el fondo el mensaje que esconden los ultra reproducidos versos aquellos del “primero fueron a por … pero yo no era”. Y el mensaje no es otro que habría que tener claro que el hecho de ser colaborador no te hace nunca ser necesario. Para el tirano la necesidad es un concepto transitorio, instrumental, ni definitivo ni final. Es más, a menudo esa necesaria colaboración consiste simplemente en cavar tu propia tumba. En ocasiones de forma literal y en otras de forma figurada pero igual de letal.
El tirano sabe de esto, y por eso usa y abusa de esa falta de solidaridad en la desgracia que demostramos los humanos para ahorrar incluso esfuerzos en su tareas de control y represión. Sabido es que, por poner un ejemplo, los intereses propietarios de los medios de comunicación no tienen por qué hacer imposiciones evidentes de su control sobre la línea editorial o de su censura sobre la información que se da o la forma en que seda, ni tan siquiera sobre la opinión. De eso se encargan los propios empleados con ellos mismos, bien mediante la “asunción” del ideario, bien movidos por la prudencia, bien por el instinto de supervivincia en el puesto de trabajo.
Lo mismo ocurre cuando esperamos en un servicio público o privado y vemos uno de los que nos antecede protestando. Generalmente protesta con razón, la pierda o no la pierda con sus formas. Generalmente protesta por algo parecido a lo que nosotros vamos a protestar en presente pasado y futuro. Y lo sabemos. Pero al final, lo que acabamos haciendo es protestar contra quien protesta, colaborar con quien nos hará protestar y callar luego donde debiéramos protestar. Eso sí. Luego en el bar diremos que no hay derecho a lo que hacen con nosotros… ¿hacen o hacemos? me pregunto yo.
Cada vez más en nuestra relación con los que sabemos que nos pisan, empresas y gobiernos, interactuamos con colaboradores necesarios que, como hemos dicho, basan su necesidad únicamente en mantenernos quietos y explotados. Colaboradores necesarios que somos nosotros mismos cuando ocupamos nuestro sitio tras el mostrador, tras el auricular o tras lo que sea… Colaboradores necesarios que parecemos olvidar que si en algo es necesaria nuestra colaboración es precisamente en evitar que nos aplasten… como diría el otro, y en los tiempos que corren más aún, colaborar para que no nos hagan un griego sin nuestro consentimiento.
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