De la doctrina al adoctrinamiento

La Santa Iglesia Católica apostólica y Romana ha tenido siempre un gran cuidado para ver las pajas en el ojo ajeno e ignorar las vigas en el propio. Eso sí­, atendiendo a su devoción por el verbo hecho carne y habitante entre nosotros, si en algo son cuidadosos es en el uso de la palabra. El que no lo haya experimentado no sabe bien lo complejo que es debatir con alguien formado en un seminario. Mucho antes del coaching, del marketing, del branding y de todo lo que se quiera, la iglesia se ha encargado de formar a sus fieles y a sus cuadros en la más avanzada y elaborada técnica de la oratoria, la retórica y en términos más prosaicos, del uso simple y llano de la palabra como arma de combate y muro de defensa.

Me vienen estas reflexiones al hilo de las declaraciones frescas del nuevo ministro de educación cultura y deporte. Digo lo de nuevo por aquello de que está recién nombrado y nada más. En lo demás gran parte de su discurso es tan viejo como rancio.

Me vienen porque me resulta curioso que al tiempo que se reclama el uso de fondos públicos para que la iglesia imparta su doctrina, se cuestiona el enfoque de la defenestrada asignatura de Educación para la Ciudadaní­a. En esta ocasión se trata de plantear el enfoque que en relación con los homosexuales o con los nuevos modelos de familia ha de adoptarse. Y la perla del ministro es la siguiente:

Wert ha señalado que aunque “no puede entrar a ese nivel de detalle”, “en la medida en que se explique la parte dogmática de la Constitución, podrán entrar esas y otras cosas, pero desde la óptica pluralista y respetuosa, no de adoctrinamiento”, ha subrayado.

De manera que inculcar valores no ya de tolerancia sino de simple y sencilla asunción y respeto de la diversidad es adoctrinamiento. Pero enseñar una doctrina excluyente que condena al fuego eterno al que no participa de ella; que se arroga la verdad absoluta y la capacidad exclusiva de determinar lo que es moral o no; que pretende que lo que para ella es pecado para los demás sea delito; eso, insisto es tan sólo doctrina, no adoctrinamiento. Y el caso es que en la misma frase se percibe claramente a donde nos lleva esa doctrina que avisa de los peligros de la razón ilustrada, de la duda cientí­fica y de la ética laica. Los dogmas, señor ministro, son cuestión de fe, y las constituciones producto de los equilibrios o desequilibros polí­ticos. La unica constitución que tiene partes dogmáticas es la de los jesuitas, la del Opus Dei o la de los legionarios de cristo. Las demás son, o deben ser, herramientas de convivencia maleables y susceptibles de ser cambiadas según lo hacen las realidades sobre las que se asientan. A la que nos rige a nosotros, por ejemplo, ya le van haciendo falta un par de cambios o diez. Y esto no es un mandamiento, ni una aparición, es el simple resultado de dejar que trabaje la razón

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