Cuando la tradición es innovación

Yo comprendo la importancia de la innovación, tanto como entiendo que la clave está en su correcta aplicación. Cuando innovación se convierte en una palabra y deja atrás el concepto que representa, el resultado es a menudo menos innovador de lo que se predica. Como fuegos de San Lorenzo resulta demasiado frecuente que detrás del artificio no hay nada nuevo salvo la técnica del artificio.

De la misma forma que a la Web se aplica la vieja frase de que “lo único estable es el cambio”, y tiene su parte de verdad esencial, hay quien entiende que lo que ha de cambiarse de forma contí­nua son los términos que designan las realidades y no éstas en sí­ mismas. Así­ ocurre que, mientras cambian las palabras y se convierten en efí­meros iconos, las realidades permanecen, y, como bien predica la teorí­a del cambio, permanecer en un entorno cambiante es quedarse atrasado. Los axiomas absolutos sobre la innovación son a veces palabras huecas, í­dolos de barro que habitan en el mundo de lo etéreo sin mayor aplicación ni trascendencia terrenal.

Son, podrí­amos decir, como los charlatanes del pasado siglo. Artistas de las palabras que ofrecen soluciones mágicas y milagrosas que terminan por hacernos perder el poco pelo que tení­amos. Y quede claro que no niego la necesidad de la innovación. Es más, lo que reclamo es su papel trasformador, la capacidad de reconocer la situación, analizar sus causas, prospectar en sus perspectivas y tener el valor suficiente para, derribando lo que estorba, construir nuevas realidades. El cambio que deja lo sustancial de lo que se quiere cambiar no es cambio, es disfraz.

Y el caso es que con la misma tenacidad con que debe eliminarse lo que estorba debe aprendeerse de lo que existe. La tecnologí­a aplicada sin criterio es tan peligrosa cuando pasamos de Einstein a la bomba atómica como cuando primamos las herramientas sobre los procesos y los envoltorios y clasificadores sobre los contenidos a clasificar.

Pongamos un ejemplo.

Cuando uno busca información en google sobre un pueblo que quiere visitar pone el nombre de la localidad y ¿qué es lo que le aparece? Un enorme listado de auténticas obras de ingenierí­a que ofrecen información “teóricamente” eficaz. Puede llamarse (y cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia y no alusión directa) tupueblo.com todoslospueblos.com todoloquequeriassaberdelpuebloquebuscas.com, etc. etc. Y el caso es que efectivamente hay datos banales, estadí­sticos, geográficos y poco más de cada uno de ellos. Si acaso listados de negocios o hasta en casos la composicion de la administración municipal. Las empresas detrás de los portales habrán gastado tiempo y esfuerzo en explicar en foros diversos las bondades de su sistema de indexación, del caracter universal de su plataforma, de su modelo de negocio para captar anunciantes, de su perspectiva de crecimiento, de las sinergias con portales adyacentes o temáticos, etc. etc. etc. Del concepto nube lo más que aportan es humo, vapor, gas, todo menos aquello que caracteriza a lo tangible, a la solidez de los contenidos y a la liquidez de su explotación.

El caso es que al final, perdida entre el marasmo de grandes artefactos solemos encontrar una página “cutre”, que ailmentan con toda su buena voluntad voluntarios a los que mueve sobre todo el cariño a su localidad. Gente a la que los grandes conceptos les quedan lejos, que las más de las veces no tienen más medios que su energí­a vital y usan plataformas gratuitas y soluciones ajenas a las corrientes del marketing visual, de las tipografí­as de moda, de las últimas tendencias en composición y diseño. Su arquitectura de la información es simple, y a menudo ni sus fotografí­as colgarán nunca en una galerí­a de postí­n ni sus textos ganarán el cervantes. Pero sin embargo nos dan la información que realmente tienen valor, la que buscamos, la que nos aporta el conocimiento llano, real y cercano que buscamos.

Ellos viven al margen de ese mundo de consultores, expertos y otros gremios de la misma forma que estos viven al margen de ellos. La pregunta es entonces… ¿Cuál de los dos vive más lejos de la realidad? La respuesta más factible es que posiblemente los dos. Unos desprecian una innovación necesaria, útil y provechosa para sus intereses y los otros una tradición de amor a lo propio capaz de proveer de contenidos a sus modernos sistemas y herramientas.

Innovar ignorando lo que existe tal como es y siendo incapaz de aprovechar su potencial y apreciar su valor no es más que crear un mundo ficticio de palabras. Despreciar las nuevas herramientas es condenar el propio trabajo al limbo de lo í­ntimo y despreciar en definitiva el valor del esfuerzo y el cariño que atesora. Pero desgraciadamente para unos, para otros y en el fondo para todos nosotros, a menudo lo único estable es la estulticia.

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