La evolución humana es curiosa. En vez de seguir los postulados darwinistas tal parece que nos empeñamos en hacer exactamente lo contrario. Así, en lugar de adaptarnos al medio para asegurar nuestra superviviencia, nos empeñamos en llevar la contraria a la difusa y caótica lógica natural y encima pretendemos que la naturaleza nos haga caso. Queremos doblegar al medio ambiente y hacerlo enteramente nuestro y sólo conseguimos frustraciones.
La especie humana, especialmente en su formato occidental de tradición judeo – cristiana, es una especie ignorante y nociva para el ecosistema en tanto que basa su existencia en el ir contracorriente de lo que marca su propia esencia como ser vivo y las tendencias naturales del planeta.
La sostenibilidad, ese concepto difuso y elástico que atodos sirve y vale para todo, debiera empezar por mirar a nuestro alrededor y hacer un doble esfuerzo que incida en un mismo concepto: la adaptación al medio como integrante y no como dirigente. Eso supone plantearse por una parte el ritmo de desarrollo como factor de destrucción masiva y por otra el objeto mismo del desarrollo y los productos sobre los que se sustenta.
Ejemplos de esta paradoja del mundo al revés que vivimos los tenemos muchos y en todos los órdenes de nuestra vida.
En vez de adaptarnos al paso del tiempo en nuestros organismos pretendemos alterarlo y ser jóvenes por siempre. Así resulta que invertimos más recursos en la lucha contra el tiempo que en la guerra contra el hambre. Para que unos pocos sean o seamos viejos saludables condenamos a muchos niños a no alcanzar nunca la condición de adolescentes.
Algo parecido cabría decir de los recursos que dedicamos a técnicas de reproducción asistida mientras a nivel planetario dejamos morir de enfermedad y hambre a ingentes cantidades de tiernos infantes y chavales pequeños.
Condenamos a los jóvenes a una vida precaria en lo económico cuando los organismos tienen fuerza y ganas de divertirse, y cuando ya los cuerpos están cansados y los profesionales jubilados entonces contamos con tiempo y con dinero, bueno , a veces.
Llenamos el planeta de cultivos que no crecen si no los regamos y abonamos, que enferman si no los tratamos, y que acabamos tirando cuando se convierten en excedentes y no nos damos cuenta de que a la vera de nuestros cultivos las “malas hierbas” crecen sin descanso sin regarlas ni cuidarlas ni hacerles el más mínimo caso. Es más, no conseguimos ni matarlas. ¿A nadie se le ha ocurrido pensar si podemos aprovecharlas?
Vemos con preocupación el botellón de nuestros jóvenes e incluso discutimos sobre ello mientras nos metemos entre pecho y a espaldas del médico un gin tonic que nos cuesta 7, 9 ó 12 pavos. Y no pensamos que aunque nosotros podamos pagarnos lo que nos hace daño, los jóvenes que aún aguantan el tirón no tienen para mucho más que una botella de whisky marca blanca y una coca cola de dos litros.
Queremos jugar al golf en el desierto y hacer voley playa en Estocolmo. Hacer surf en la meseta y escalada a pie de playa. Regamos donde hay sol y ponemos lámparas ultravioletas donde llueve. Calor tropical donde hace frío y viento acondicionadamente siberiano donde hace calor.
Así podría seguir “ad infinitum”. Yo y cualquiera a nada que piense un rato en la vida que le rodea.
Presumimos de nuestra modernidad y nadie sabe como pero cuando vamos a votar van y ganan las derechas, eso sí luego nos quejamos de nuestra suerte y lamentamos el calentamiento global y el triste destino de los negritos africanos. Ls chinitos ya no están en la hucha del domund, a esos ya los hemos evangelizado y están como los primeros de nosotros, llevando la contraria al planeta, reteniendo ríos y creando negras nubes a golpe de escapes y calefacciones.
Un día de estos nos pasará como el chiste que cuentan del burro y el gitano… siete meses para enseñarle al burro a vivir sin comer y ahora que había aprendido va y se muere…
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