Publicado en Diario de Noticias de ílava el 24 de abril de 2012
Se dice que el papel lo aguanta todo para decir que a menudo lo único que no soporta es la realidad. Esto es aplicable a los contratos, a los estudios, a los informes y a cualquier uso del papel que tenga carácter predictivo. En el caso del urbanismo, la arquitectura y el planeamiento esto queda claro y resulta evidente. El papel y hasta las maquetas, sean virtuales o tradicionales, aguantan mucho más que lo que aguanta el espacio que media entre el suelo y el cielo. Más aún cuando a la hora de modelizar siempre falta por mucho que nos empeñemos el factor que es a la vez origen, factor y producto. Me refiero, claro está, al factor humano.
Un claro ejemplo lo tenemos sin salir de la ciudad. Bueno, maticemos, saliendo desde la vieja ciudad a la nueva ciudad que ha surgido a poniente y occidente de la almendra y sus aledaños, y que tiene, porque no decirlo, más vida de la que más de uno hubiese sospechado. Y es que en Zabalgana y Salburua, tiendas, lo que se dice tiendas, no es que haya muchas, pero bares”¦ bares los hay y además bien elegantes y cuidados.
Pero volviendo a las ocasiones en las que el papel y el suelo habitado se separan, se dan en estos nuevos barrios paradojas que remasterizando a Donnay podríamos cantar algo así como: “Tiene Vitoria mil rarezas que admirar, plazas sin lados y con torres, de diseño original. No hay tabernas ni comercios, ni sitios donde jugar, pero esta bien porticada, y por eso es popular. Sin razón, plaza sin corazón, con cariño te miro al pasar, sin razón, plaza sin corazón, cuando voy Labastida a buscar. Eres tú, plaza sin corazón, nuestro patio interior sin cerrar. Te diré, que a unos pasos de ti, Labastida es más plaza que tú”. Y es que así es lo que así tenía que ser. Nos creímos un Adriá de las plazas y las deconstruimos. Nos quedamos con los pórticos y agrupamos las ventanas en torres, y lo que era previsible sucedió. Visto desde el suelo, la plaza no es tal, es el patio interior de una manzana de ocho torres. Y sin embargo, unos metros más allá, una calle que se ensancha como si tuviese una hernia se convierte en una plaza mucho más plaza que la plaza, con sus casas a los lados y sus bares y sus terrazas y sus emparrados sin parras.
El papel que todo lo aguantó dormirá en el limbo de los fracasos junto a las maquetas y proyectos que fueron descartados por convencionales, es decir, por parecerse más que el que aprobamos a lo que se debía pretender para la plaza porticada: hacer una plaza.
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