Los cambios que vivimos llevan camino de conseguir que el retorno a la edad media pase del debate conceptual al terreno de la iconografía cotidiana.
Según escucho los recortes que se anuncian, y la recomposición del sistema tributario, según veo el panorama de miseria que se avecina y según percibo como la brecha entre los ricos y los pobres se agranda haciéndose insalvable, tengo la impresión de que cada vez resultaría menos sorprendente ver en nuestros días y en nuestro mundo imágenes que parecieran sacadas de los filmes y las series que se ambientan en tiempos medievales.
Como en esos clásicos filmes de aventuras, ya sean del ciclo artúrico, ya de la factoría Scott, con sus Ivanhoes, Ricardos, ya del real o inventado Robin Hood o incluso de todo el universo medievalizante de conans, nibelungos y anillos varios, me da que hoy no se nos haría muy extraña la imagen de los recaudadores de impuestos saqueando las aldeas; la de los soldados del rey aplastando las tímidas protestas; la de los esbirros del señor feudal presionando a los siervos; la de los propios servios viviendo en la miseria y deslomándose para cumplir con las crecientemente avariciosas demandas de sus señores; la de los curas y frailes consolando y apaciguando a los vasallos mientras cumplen su parte del saqueo y siguen adulando a los nobles y señores. Solo cambia un poco la ambientación y los nombres, pero esas imágenes vienen a reflejar una realidad que nos estamos dejando colar y que cada vez resulta más real, más allá del cambio de vestuario.
Hoy son esos que llaman mercados los que nos imponen no ya el diezmo sino el dos veces diezmo cada vez que compramos o vendemos algo. Ni mas ni menos que un quinto de lo que pagamos lo pagamos no por lo que compramos sino por lo que nos cuesta mantener a quienes nos explotan. Ahora no son diezmos ni prebendas, le llamamos IVA y parece más moderno, y además lo liquidamos de forma telemática, lo que queda más punto cero. Pero en el fondo, seguimos pagando al recaudador unos fondos cuyo destino no controlamos.
Los soldados del Rey no llevan lanza ni armadura de metal. La llevan de Kevlar o de fibra y su casco es muy galáctico igual que sus armas y sus otros enseres de amenaza, pero la función es la misma, golpear al pobre, mantener el orden y defender al poderoso.
Los esbirros de los señores feudales son los empleados de cajas y bancos que nos notifican embargos y desahucios que los soldados del rey ayudan a aplicar, o los mandos intermedios y colaboradores necesarios de las grandes empresas que deciden nuestros EREs y nuestros despidos. EREs y despidos que si no aceptamos, una vez más, vienen los soldados del rey y nos ayudan a “entenderlo”.
Los que no cambian, eso si, son los curas. Con el clero de a pie de calle apaciguando, consolando y en ocasiones, no hay que negarlo, ayudando al mejor vivir de los olvidados del sistema. Eso cuando no andan buscando la simpatía de los poderosos y ejerciendo la delación y el adoctrinamiento mientras el alto clero comparte mesa, misa y mantel con los poderosos y busca tan solo sus prebendas y el ejercicio del control moral de una sociedad basada en cualquier cosa menos en la libertad, la igualdad y ese tipo de valores.
Sólo hay algo en todo este escenario que a fecha de hoy falta y que es cada día más necesario. Faltan los Robins, faltan los espartacos, faltan en general los revolucionarios capazces de coger la horca por el mango y la antorcha por la base y obligar a reyes, nobles y prelados a elegir entre una vida más justa para todos o una muerte ejemplarizante para algunos. Puede que sea duro decirlo, pero más duro es tener la impresión de que no se trata de decirlo sino de que es así.
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