En tiempos como los que vivimos la violencia está, de una u otra forma, presente en nuestra vida, en nuestros sueños y en nuestras pesadillas. Es por ello conveniente reflexionar sobre la propia violencia, especialmente en lo que se refiere a la relación entre violencia, ética y hasta política.
Hay violencias y violencias, pero todas tienen algo en común, causan desagrado en quien las sufre. De forma que, si aislamos todo lo demás considerándolo circunstancial y accesorio, lo realmente determinante de la violencia no es otra cosa que lo que en el marco de una relación basada en la fuerza, sea cual sea la manifestación o naturaleza de esta, causa desagrado y molestia que no puede evitarse sin recurrir, en una u otra forma, a una respuesta cuando menos equivalente.
Podemos distinguir entre violencia gratuita y violencia instrumental. La primera es generalmente condenada desde un punto de vista ético o moral. Es violencia sin causa aparente, aunque en la mayoría de los casos podríamos considerarla instrumental en tanto que busca el placer que genera el propio ejercicio de la fuerza y la violencia como atributo evidente de la relación de poder y dominación.
La violencia instrumental, aquella que se ejerce por y para algo puede ser caracterizada en varios ejes:
En relación con su fin, básicamente se divide en función de la posición de quien la ejerce. Así hay violencia de dominación y violencia de rebelión. Lo del ataque o la defensa alude más a momentos tácticos que al concepto en si. Lo que importa de cara al juicio moral es si se pretende imponer o dominar o si por el contrario se pugna por liberarse. La legitimidad, concepto flexible, dependerá de lo identificado que se esté con uno u otro bando.
En cuanto al modo o disposición de ejercer la violencia puede distinguirse entre la ejercida con saña y la que responde únicamente al restablecimiento de la relación de fuerzas. De cara al juicio moral el ejercicio de la violencia necesaria deber ser como el sexo en el matrimonio cristianamente integrista”¦ se puede gozar pero sin que se note.
En relación a la cantidad, el ejercicio de la violencia instrumental puede ser proporcionado o desproporcionado. La valoración ético moral dependerá en todo caso de ejecutar las acciones necesarias y ninguna más y con la aplicación de la energía necesaria y no más.
Finalmente tendríamos lo que podríamos denominar dimensión estética de la violencia. Esto es la falsa relación que a menudo establecemos entre los atributos estéticos o formales del hecho violento y el hecho violento en sí. Un hecho no es más violento porque pueda valorarse el volumen de decibelios de los gritos que ocasiona, ni por la saturación en el espectro del rojo que provoca la sangre que derrama. La violencia de despacho, la de papel, ley o documento, la violencia del agotamiento por falta de recursos, oportunidades y expectativas puede ser mayor causa de desagrado y molestia que un corte en la mejilla, y recordemos que lo que decíamos que caracteriza la violencia es la molestia ocasionada con fuerza y la necesidad de responder con fuerza equivalente para mitigarla.
Así pues si consideramos lo anterior, podríamos considerar no reprobable desde el punto de vista moral o ético que respondamos con la violencia necesaria aquellos que sufrimos las molestias de esta crisis y que las padecemos con desagrado. Básicamente porque las molestias las sufrimos en solitario sin haber sido responsables de los daños causados mientras los auténticos culpables se ríen de nosotros y siguen apretándonos la soga al cuello. La obligación de ejercerla se encuentra más en nuestros deberes que en nuestros derechos. En tanto que organismos vivos que somos, el primero de nuestros deberes es sobrevivir.
La legitimidad, como ya dijimos antes, depende del bando en que te encuentres, pero si la entendemos como la suma de las legitimidades individuales me temo que la legitimidad es nuestra. Somos más los pisoteados que los pies que nos pisan. Sólo nos falta ser conscientes de que no hacemos nada malo defendiéndonos, sino más bien lo contrario, defendernos es más que nuestro derecho nuestra obligación, y para ello debemos empezar por reconocernos éticamente habilitados para ello.
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