Publicado en Diario de Noticias de Álava el 6 de agosto de 2012
Cuando yo era pequeño todos los pañuelos eran rojos. Fue cuando fui algo mayor, aunque seguía siendo menor como sigo aun siendo pequeño, que la vida en Vitoria adquirió otro color. Pero ahora, que cada vez estoy más cerca de la segunda infancia que de la primera, el rojo está volviendo a tomar las calles de Vitoria.
Me costó explicarle a un amigo de visita que no, que este renacer rojo no tenía nada que ver con los recortes, los rescates ni las alboradas rojas; que si se me apura era más bien lo contrario; que el pañuelo rojo era uniforme cuando lo único rojo que se toleraba era precisamente el pañuelo. Tiempos aquellos en los que hasta los corredores de apuestas del frontón pregonaban azul o “colorao” no fuese que a la gente le diese por atar cabos. Tiempos en que los vitorianos, entonces no tan abundantes como hoy, atesoraban anécdotas y txaskarrillos con que ilustrar sus pregones mientras honraban a la patrona con esa alegría tan sana, noble y hasta leal, como corresponde a una ciudad como esta.
Le seguía yo contando a mi amigo que pintaron luego tiempos mejores para lo rojo y peores para lo “colorao”. Pero un núcleo suficiente se agrupó, como los 300 valientes de Esparta, y a falta de un único Leónidas que les armase de valor, todos a coro y de forma solidaria hicieron de los arquillos su particular paso de las Termópilas donde resistir heroicamente a las hordas de traidores y foráneos que venían a alterar el noble y correcto discurrir de la fiesta y sus tradiciones. Amparados al abrigo de la Blanca y protegidos por la espada de Miguel aguardan atrincherados a que suene la trompeta que anuncie por fin su triunfo sobre el mundo y la derrota de Lucifer mientras pasan el tiempo en procesiones, rosarios, solemnes misas pontificales y si se me apura, y en un exceso de concesión hacia lo lúdico hasta en alguna incursión al teatro, o un paseíto por los fueros para ver “el ambiente” antes de reposar bien a la vista del y los caminantes en una terracita de Dato.
Llegados a este punto mi amigo me miró estupefacto… ¿Pero no habíamos empezado hablando de fiestas? Uyyyy, pues va a ser verdad, me dije yo. Es lo que tiene esto de ser vitoriano. Te lías con tus pequeñas cosas, esas que para nosotros son tan grandes que hasta llegan a tener importancia planetaria en nuestro pequeño universo vitoriano, que al final te olvidas de lo principal. Ala, vamos a las barracas que te voy a enseñar algo tradicional de verdad, ¿la noria? No, los puestos de cariñena.
Con vinito de Cariñena y canutillo de galleta. Hay sabores de toda la vida.sabore
pues lo mismo si, pero no soy un buen vitoriano de toda la vida, soy más bien de los vitorianos malos de toda la vida, no confundir con los malos vitorianos 🙂
Muy bueno Javier, ¿no será que eres un VTV?