Publicado en Diario de Noticias de Álava el 9 de agosto de 2012
Las fiestas, las mías al menos, son como esas construcciones que se hacen con fichas de dominó y que al empujar la primera caen una tras otra haciendo bonitos dibujos. Los días pasan, los acontecimientos se suceden, las impresiones se agolpan y al final acaba todo y hasta uno mismo en trozos y desperdigado.
Así iba yo el otro día repasando mis fichas ya caídas y mirando las que aún se mantenían en pie mientras caminaba hacia el centro. Me acordaba del guisante verde que recorrió la plaza naranja hace una eternidad de días. Del amarillo que no quiere que nos revienten no ya las fiestas, sino el subsuelo entero. Del otro naranja, el de los laminadores laminados, y hasta del negro apoyo a Foronda en el que dicen ahora que se ve un punto blanco.
En esto que me soterro bajo el ferrocarril por el paso del duende y me encuentro al nieto y su abuela probando el eco de punta a punta mientras un pobre chaval duerme en las escaleras. ¡Qué voz tenía la criatura! Y encima doble. Y la abuela dale que te dale, y los transeúntes pensando para si mismos aquello de ¡Qué te aguante tu abuela!
Recuperados mis oídos con ayuda de la banda municipal en la bucólica Florida, seguía dando vueltas a mis fichas cuando noto una granizada de gravilla. ¡Qué majo el chaval! Y vuelve a la carga, ¡Txiki, que no se tiran piedras! Sonrisa y granizada. Cuatro o cinco tormentas más tarde aparecieron sus aitas y alguno se sintió aliviado cuando ya empezaba a sentir insana envidia de Herodes.
Sigue la banda con sus camisas blancas blanquísimas y de pronto se da uno cuenta de que los veteranos jubiletas adictos a la banda van todos ocultos bajo una pila de sombreros de color. No uno ni dos. Hasta tres y cuatro que llevaba alguno. Se ve que el “jubilao” y el anunciante se necesitan mutuamente. Si quieres cambiar el color de una ciudad y hacerlo tuyo no tienes más que anunciar que vas a repartir sombreros gratis. Son para mi nieto, dirán una y otra vez. ¿Pero cuantos nietos tiene? Bueno, unos cuantos, y otro gorro a la cabeza.
En fin que visto que en fiestas es complejo reflexionar con hilo miro mis fichas de colores y me digo ala, a por las que quedan. Y de las que quedan la última ficha es, obviamente, la blanca doble. Es como el espejo en el que vemos la mente en blanco y la cartera sin blanca. Además, con tanto colorín y tanta fiesta uno termina dejando de ver colores y viéndolo todo doble, como los dos celedones que subirán hoy dejándonos recuperar hasta el año que viene. ¿O era uno?
y realmente son los jubiletas de esta y los de cualquiera. Compartir un hotel con un viaje del inserso da como para un libro de columnas, desde el ascensor hasta los bailes pasando por la estrella… el self service 😀
¡cómo no acordarme! jajaja el día que no haya jubilaos la parte del reparto de alubias, patatas, perretxikos o lo que sea dejará de tener sentido.
Realmente hay otro colectivo que también colabora mucho en esto de la visualización del merchandasing festero… los tufarras, pero no me cabía 🙁
Javi, a los abuelos de esta ciudad da igual lo que les regalen, van en masa a por ello. ¿Recuerdas cuando repartieron las marchitas flores de la Virgen Blanca? Ni a que se las diesen esperaron. O el chocolate, las castañas… son de otra generación en la que les enseñaron a apreciar todo, por pequeño que sea.