Publicado en el número 13 de Herrian, revista de la Asociación de Concejos de Álava
Empezaba el siglo XIX y eran tiempos duros para nuestros pueblos. Entre franceses y brigantes los concejos andaban exhaustos y los vecinos tenían con frecuencia que “apoquinar” para responder a las demandas de unos y otros. Los vales y las notas se amontonaban donde antes lo hacían los reales y los maravedíes. Pero la vida continuaba y el Regidor que se llamaba entonces, presidente de la junta que diríamos hoy, andaba como un zascandil de aquí para allá haciendo gestiones y acudiendo a juntas. Y si hoy en día siempre decimos aquello de que un buen negocio se cierra en una buena mesa, parece que por entonces las gestiones, con un buen trago de vino, se hacían menos pesadas.
Así parece desprenderse de las cuentas que Andrés de Biana y Vicente Fernandez dieron entre los años 1811 y 1828 a sus vecinos de Franco. Las encontré por casualidad y me llamó la atención lo exhaustivo de la relación de gastos que declaraban haber tenido los regidores en el desempeño de su misión. Un curioso documento a través del cual no es difícil imaginar como funcionaban las cosas en aquellos años en los que no había fax, ni correo electrónico, ni teléfono móvil ni tan siquiera fijo.
Allá que el pobre representante del pueblo estaba día si y día también de Junta en Pedruzo, de gestiones en Treviño o en La Puebla y hasta de viaje en Miranda, Vitoria e incluso Burgos capital. Allá que iba Vicente en 1811 a dar razón de los “brigantes” que había en el pueblo, a nombrar un diezmero, a dar el censo de caballerías, a llevar el dinero de los “repartimentos”, a arreglar el molino, etc. Papeles y gestiones que a menudo se sustanciaban, en lo que a los gastos se refiere, con distintas cantidades de vino. “Quatro reales de un azumbre de vino el día que bajé con derecho a Larrauri a obligarle a bajar a miranda o a pagar por el que habia ido por el”; “dos reales el dia que baje con la razón de los caballos que había en el pueblo de media azumbre de vino”; “ocho quartos y medio de un quartillo que gasté el dia que baje la razon de la gente” ; “ocho quartos y medio de un quartillo el día que baje a sacar un despacho para que echaran el reparto mensual y por el despacho cuatro quartos” y así ad infinitum… No había gestión ni trabajo que no acabase con su vino bien justificado.
Y habrá quien diga… es que este Vicente era un poco… pues no. Vino Andrés de Biana y tres cuartos (o quartillos) de lo mismo. Eso sí, ahí también bebía todo el pueblo, y si no para muestra valgan los veinte reales de la cántara de vino que cayó el día de los santos o los once azumbres de vino que se gastaron entre el día que se segó y el que se aventó. Eso sí, entre el día que el Regidor Don Andrés fue a avisarle al padre del pastor para que subiera a por la soldada y el que bajó a sacarle mandamiento a Matías Crespo para que “biniese a por las cabras” cayó un azumbre de vino.
Hay muchas más curiosidades en estas viejas páginas escritas a mano, como los gastos del peritaje de una granizada, los de un préstamo con Dordoniz, las vueltas que dio el buen regidor para presentar “la estadística” buscando expertos y maestros o los de los fastos de año nuevo, vino y nueces. Pero por encima de todo ello quedan claras un par de cosas. El mimo y el cuidado con el que se presentaban los gastos con total trasparencia, la dedicación y trabajo que llevaba aparejado el cargo en defensa del común, y como no… el trasiego de vino que hacía más llevadera una y otra tarea. En tiempos como estos, en los que la trasparencia no siempre es un valor, y en el que sabemos de los abusos que algunos hacen de los medios puestos a su cargo, conviene rescatar del baúl de los olvidos a todos esos esforzados representantes de nuestros concejos que, no hoy sino durante siglos, han venido demostrando que otra forma de gestionar lo público es posible.
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