Completada la ceremonia de clausura es ahora momento de hacer balance. De lo visto y lo no visto cabe como siempre extraer enseñanzas y otras cosas menos útiles.
Las tradiciones no son eternas, sino mutables, pero tienen, eso sí, su propia forma de nacer, de crecer y de al final morirse. Las tradiciones son, en lo religioso, orientales, se reencarnan, y en lo científico materiales, ni se crean ni se destruyen, solo se trasforman. Pero todo eso lleva su tiempo. El intento de convertir las fiestas de este año en las fiestas green ignoró por completo el propio contenido y sentido de lo que la tradición es y no pudo con la cada vez más consolidada tradición del txupinazo Euskaltel al cava que va haciendo año a año olvidar la anterior tradición del “coete” al puro.
Los blusas siguen reclamando su papel central, pero tiene uno la impresión de que viven también en plena trasmutación metamorfosis o reencarnación. En ellos conviven momentos que parecen sacados de una foto de los cincuenta (esas pancartas y esos coches engalanados de anuncios comerciales) con un paulatino abandono de saltos y un desvarío en cuanto a la misión. De cuadrillas de amigos que se juntaban para ir a los toros a conjuntos de festeros que a veces apenas se conocen. La ida y vuelta a los toros es insufriblemente larga, y visto que ya no es ni ida ni venida a los toros mejor sería ir buscando otras alternativas.
La oferta musical con no ser del gusto de todos si que es lo suficientemente variada como para ser del gusto de bastantes, y el resto de ofertas son entiendo yo que suficientes.
Se cuestiona a veces la centralidad de las fiestas gasteiztarras, pero eso es a su vez ventaja e inconveniente. Concentrar las fiestas en el centro hace que los barrios parezcan vacíos, pero puede también que sea simplemente que lo están. En cambio se crea un amplio, amplísimo espacio con los suficientes submundos para que cada cual disfrute a su manera sin estorbarse y sin estorbar a toda la ciudad sino a los que el resto del año ocupan la situación mas central y privilegiada de la misma, y que además pueda hacerlo sin dispersarse más de lo imprescindible. En fiestas de Vitoria el coche sobra.
Cada cual tiene en Vitoria sus rincones favoritos. Tanto para expandirse como para comprimirse. Cada cual tiene en las fiestas de Vitoria son “momenticos” que dirían los navarros. Hay momentos beatos, momentos de desparrame y momentos singulares. De todos los momentos yo, sin dudarlo, cada año que pasa me quedo más con uno, la subida del celedón desde la entrada de la Correría y el Solar de San Miguel, pero a ver si no lo estropeamos… que no hace falta que suba tan despacio, y que no, que lo del cava al aire es otro día… a ver lo que dura.
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