El sueño olímpico

Se acabaron las olimpiadas. Se terminó el sueño olímpico de unos y empieza el de otros. El sueño olímpico es parecido al sueño de los animales que hibernan, parecido al del koala o el perezoso. Cuatro años soñando para apenas quince días de vigilia y tras esos quince días, la gran mayoría, vuelve de nuevo al limbo de los justos dejando en el armario sus medallas, sus diplomas y sus fracasos.

Durante esos quince días en que el sueño se hace realidad vivimos inmersos en una sobredosis de olimpismo que tiene sus más variadas manifestaciones y a la que resulta casi inevitable sustraerse por su naturaleza multicanal. Los medios convencionales y los alternativos, los profesionales y los aficionados, nadie parece capaz de sustraerse a esta corriente lo haga en serio o en broma. De los segundos me quedo con @elcarty que una de las olímpicas jornadas, cuando la tarde va perdiendo su nombre para hacerse noche, tuiteó aquello de: “Pa sueño olímpico el mío, que me acabo de levantar de la siesta”.

De los primeros y de los demás en general me quedo con lo que, visto lo visto y oido lo oido, es el deporte olímpico por excelencia: el papanatismo. El otro día en mis crónicas festivas hablaba del papanatismo provinciano y gran parte de lo dicho es aplicable para el papanatismo olímpico. Ver a comentaristas, tertulianos, periodistas, políticos y hasta honrados ciudadanos, que a buen seguro alguno habrá, sentar cátedra sobre el arbitraje, el reglamento y los méritos relativos a deportes sobre los que no se tiene la más pajolera idea termina por hacer que les cojas cariño a los pobres. Entiéndase por pobres a los árbitros e incluso a los inocentes oponentes de los deportistas propios que por cierto, y en aplicación pura del espíritu olímpico, debieran ser todos los del mundo. Es como si la RAE hubiera escrito la definición de papanatismo después de unas olimpiadas para concluir que es una “actitud que consiste en admirar algo o a alguien de manera excesiva, simple y poco crítica”.

Los deportes olímpicos, y los deportistas que los practican, son como el Guadiana. Vienen cada cuatro años y antes de que consigamos saber algo de ellos, de los deportes en si y de quienes los practican, se van como vinieron, unos con pena y otros con gloria, depende en todo caso de como cuadren con nuestro papanatismo. Son un poco como los que cada año ganan el gordo de navidad. Para año nuevo ya no sabemos nada de sus vidas.

En todo caso durante el resto de la vida, la que discurre entre olimpiada y olimpiada, podríamos resumir la percepción social de estos deportes con un par de diálogos del tipo:

Deporte puramente olímpico:

– ¿Y tú a  que te dedicas?

– Gano medallas olímpicas en lucha libre

– ¿Pero algo más ya harás?

– Bueno también hago quesos denominación Idiazabal

– Ahhh, bueno, ya me parecía

Resto de “deportes”:

– ¿Y el chaval a que se dedica?

– Está haciendo un doctorado sobre filosofía alemana

– Hombre, con eso de la Merkel no me parece mal, ¿pero algo más ya hará?

– Bueno si, es futbolista

– Ahh bueno, eso ya si que me parece más serio, que se labre un porvenir…

Pues eso, que hasta dentro de cuatro años.

 

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