Publicado en Diario de Noticias de ílava el 15 de julio de 2007Â
La ciudad de las gruas.
El viajero reconoce la ciudad de las gruas mucho antes de llegarla a ver. Tras las lomas, recortanto el horizonte, aparecen ante sus ojos decenas de gruas, de distintos colores y parecidas formas. Cuando se acerca a la ciudad, reconoce bajo ellas nuevos edificios que luchan contra el aire y lo conquista. Primero como esqueletos, luego con tabiques, y finalmente con ventanas persianas y todo un repertorio de coberturas para sus fachadas.
La ciudad de las gruas rodea a la ciudad sin acosarla. Todo lo contrario. La ciudad de las gruas necesita tierra virgen en la que instalarse, y es que es, de por sí, una ciudad viajera. Las gruas van haciendo crecer la ciudad y luego la abandonan a su suerte, buscando nuevo sitio donde instalarse.
Si el viajero es anciano, y vuelve a la ciudad tras años de ausencia, reconocerá los restos que la ciudad de las gruas ha ido dejando en su viaje. Es más se le hará más corto el trayecto hasta la ciudad, y más largo el periplo por su interior.
Pero las gruas tienen también su corazoncito. Por eso, cuando pasan muchos años, tienen a menudo la tentación de volver allí donde reinaron un día, y vuelven a erguirse sobervias sobre lo que fue su territorio, y derriban los que fueron sus hijos y levantan de nuevo esqueletos de hierro y cemento contra el cielo. Se cumple así el ciclo de la vida de las gruas, simpre funcionando, siempre ocupándose en nuevos crecimientos hasta que los anteriores se hacen lo suficientemente viejos como para derribarlos.
Por eso la ciudad de las gruas nunca se detiene, nunca muere, siempre sigue su camino hacia fuera o hacia dentro, y a veces tiene la tentación de seguir al viajero en su camino, de buscar con él otras ciudades hermanas con las que fundirse. Por eso el viajero, que gusta también del paisaje verde y de la ausencia de cemento, debe partir de noche y a escondidas para alejarse sin sr visto, para que las gruas no puedan seguirle bloque a bloque.
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