El otro día murieron 10 personas en un remoto rincón del planeta. Unos fueron en busca de la reina de saba y acabaron sus días por ser occidentales en tierra extraña, otros los acompañaban y otros los mataban. No fue un choque de civilizaciones. Fue un descerebrado en busca de su cielo que chocó al tiempo que explotaba su coche contra gente que ni tan siquiera conocía. Así se pudra en el infierno.
Lo que le choca a uno en estas catástrofes es lo poco que uno es, frente a lo mucho que se le usa. Como humanos civilizados legislamos y acordamos la forma en la que nuestros bienes se reparten entre los que dejamos vivos, lo que puede llamarse testamento, últimas voluntades, herencia a fin de cuentas. En general podemos también determinar, como parte de estas últimas voluntades lo que queremos que se haga con nuestros despojos. Donamos órganos e incluso hay quien se dona post mortem para que los estudiantes practiquen con ellos. Bueno, con lo que queda de ellos.
Ultimamente podemos incluso fijar nuestras últimas voluntades pre mortem, o siendo más exactos, nuestras ultimas voluntades como seres humanos, antes de convertirnos en vegetales o mariscos.
Pero cuando veo el seguimiento de noticias como esta, y recuerdo el seguimiento de otras hace tiempo, uno desearía poder fijar, y por supuesto, que alguien velase por su cumplimiento, una serie de cuestiones estéticas, ideológicas y hasta éticas relacionadas con su tratamiento post mortem.
¿Cuántas veces hemos asistido a funerales de ateos confesos y convencidos en los que el cura vapuleaba sin miramientos su memoria de tales? No me refiero a que les acusase de serlo, sino más bien al contrario, me refiero a su empeño por obviar esa circunstancia, ningunearla y seguir con su canónico sermón de difuntos, y hablar de la resurrección, del camino al encuentro con el señor y qué se yo que cosas que al difunto, si estaba equivocado, le harían revolverse en su tumba.
¿Cuántas nos ha ofendido que llamen adulto a quien se sentía joven, o niño a quien vivía como un adolescente? Hasta incluso, y aunque parezca tontería, ¿quién es el que decide la categoría identitaria de los muertos? ¿Son occidentales?, ¿son españoles? ¿Son vascos y catalanes? ¿Son simplemente muertos?
Por eso pienso a veces que, lo mismo que se habla ahora de un registro de beneficiarios de seguros de vida para evitar que se queden sin cobrar, igual era el momento de crear un registro de identidades personales, vitales, políticas y hasta nacionales para evitar que a uno le confundan cuando no puede defenderse.
Yo voy a empezar a preparar las mías…
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