Alguna otra vez ya he comentado la regulación semafórica que padecemos, conductores y peatones en Vitoria – Gasteiz. Lo que si es cierto es que esas esperas dan mucho de sí, si sabe uno aprovechar el tiempo, claro está. A mi me suele dar por reflexionar. Hoy me ha tocado en el semáforo peatonal sito al inicio de la calle Ortiz de Zarate. Acompañado de mi hija, y como bien (?) le he enseñado, hemos esperado pacientemente hasta que el señor se ha convertido de rojo en verde. Durante ese tiempo que hemos estado viendo la vida pasar, porque coches, lo que se dice coches, apenas han pasado uno o o dos, he estado reflexionando sobre las dificultades que a veces nos pone la vida para educar en el respeto, más aún cuando se está convencido de que el respeto es en definitiva la base de la convivencia.
El respeto entre unos y otros es cuestión de sentido común, y ante la duda incierta o el abuso cierto, los colectivos tratan de blindar su buena convivencia fijando normas que a su vez se deben respetar. Educar es por tanto enseñar a los crecientes ciudadanos la importanca que tiene el respeto se conjugue como se conjugue. El respeto hacia uno mismo, el respeto hacia el otro y el respeto hacia las normas que hacen que podamos convivir amablemente uno consigo mismo y con los demás.
A partir de ahí, de algo tan simple, todo se complica en nuestro mundo y termina por alejarse tanto de su origen que pierde su sentido. A fuerza de inflexibles y antinaturales las normas, a veces, se convierten en irrespetables y frente a lo fácil que resulta enseñar a alguien que esto se cumple porque es lógico, razonable y mejor para todos, se ve uno de repente dando una clase magistral a un humano de diez o menos años sobre la ética avanzada de la desobediencia civil, la objección activa, la insumisión y el complejo y agudo filo que separa la conducta antisocial de la conducta alegal. Al final el niño o la niña entienden que las normas están hechas para saltárselas según conviene y vuelta al modelo tradicional: ante la duda cúmplela y a seguir viendo la vida pasar mientras esperas el verde.
Y el caso es que gran culpa de que al final las normas no se respeten sin entrar a valorar si es o no pertinente respetarlas es que las normas no se aplican a si mismas el respeto que exijen a los demás. En muchos casos cumplir las normas es tan absurdo que tiene uno la impresión de que la norma se ha perdido el respeto, y sabido es que es muy dificil mantener la dignidad y hacerse respetar cuando uno es un loco ausente del mundo.
Esto que ocurre a menudo en el tráfico, es aplicable a la vida en general, y es algo que debieran tener siempre presentes los que redactan normas y los que se encargan de hacerlas cumplir siendo en todo caso inflexibles en cuanto al principio pero flexibles en cuanto a la ejecución. Lo que cuenta realmente no es tanto cumplir la letra de la norma como mantener la lealtad a su espíritu. Respetar una luz roja no es un fin en si mismo, es la manera de asegurar que vehículos y peatones tienen sus turnos. Esperar a quien ni está ni se le espera, y hacerlo mucho tiempo, es, se mire como se mire, algo dificil de explicar. Educar en el respeto a lo absurdo es un absurdo en si mismo, y no diré que los semáforos tengan la culpa de todo, pero a lo mejor son un síntoma de cómo nos va y de por qué nos va así.
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