Publicado en Diario de Noticias de Álava el 11 de septiembre de 2012
Mientras lectores, escritores y otros gremios holgaban lorzas y tobillos por playas, montes y ciudades hemos tenido otros un verano intenso. La prima de riesgo haciendo méritos para ir con Juanito a la conquista del fin del euro, digo del mundo y en el ayuntamiento con el curso “Aprenda a distinguir entre lo necesario, lo urgente y lo superfluo” que parece que no les ha aprovechado mucho. Hasta el lehendakari ha tenido un mal verano deshojando las pocas margaritas que en Ajuria Enea florecen. A mi me ha tocado desobedecer al de Loyola y hacer mudanza en tiempos de tribulación. He dado un paso adelante y me he venido atrás.
Los columnistas somos como los ricos, los de crianza y los de año. Nos gusta poner el nombre en la puerta de casa. El de las margaritas vive en la que el nada seráfico Serafín bautizó como Ajuria Enea, vecino de Villa Sofía y otros “hoteles” con nombre, y hasta no hay urbanización que no tenga su “Villa Loli”. Así que yo he aprovechado la ocasión para llamar a mi chalecito “Arbolario”. ¿Y por qué?
Arbolario era el término con el que mi abuela y muchas vitorianas de su quinta y anteriores se refería a quien hablaba con acaloramiento y aspaviento, especialmente de brazos. Muy propio para los que comentamos. Otra de sus palabras era “calzoncillada”. Aplíquese a cualquier cosa en apariencia trascendente pero de poco fuste y escasa sustancia. Mejor traída pero menos conveniente.
Arbolario es también el lugar donde se almacenan árboles, igual que en una sección columnas, y a estas alturas del año, habrá que ir buscando sitio donde guardar tanto green cosecha del 12, despejar las ramas para ver el bosque, evitar la tentación de hacer leña del árbol caído y ponernos como guía el viejo lema marxista: ¡más madera!
Todas estas razones podrían ser razonables. Pero hay una que vale por encima de ellas: ¿y por qué no?
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