La muerte no es un acto moral, sino vital. El hecho de que uno muera no le hace bueno ni malo, le hace simplemente pasar definitivamente de ser activo a ente pasivo. Hasta incluso el hecho de que uno haya estado más o menos cerca de la muerte de otros es una cuestión complicada de juzgar cuando aquello de lo que se habla forma parte más del juicio de la historia que del de la audiencia.
Santiago Carrillo ha dejado de opinar dando paso a que seamos otros los que opinamos de él. Y sinceramente creo que bien se merece el epitafio justo de una opinión desprovista de hábitos, cirios y otras emociones fúnebres. Puede que no sea la mía, a fin de cuentas soy un apasionado de la historia, y más aún de la historia republicana y roja, y uno de los pocos libros abiertos que nos quedaban, de los que son capaces de ser leidos con el oido mientras hablan, ha muerto.
Ayer vi una larga y bien estructurada entrevista en TVE de la que me quedan aún más claras algunas cosas que ya tenía antes. ¡Qué fácil es juzgar desde el frío que da el paso de los años lo que se hizo en su día al calor de los combates! Resultaba casi tierno oir al entrevistador un tanto melodrámático preguntar a que se refería Don Santiago cuando hablaba de la subversión comunista en la guerra y la posguerra. Impresionante el relato sobre el proceso para descubrir a un topo franquista y lo que se hizo con él. “¿Pero quiere decir que le fusilaron?” preguntaba el entrevistador. “Pues claro, qué quería que hiciésemos…”
Santiago tiene luces y sombras, es lo que les ocurre a los que son bombillas y tienen una farola donde enroscarse. Entre sus luces nadie puede negar su capacidad de trabajo, su habilidad estratégica, su visión de la historia en pasado, presente y futuro, y su compromiso con una idea de entender la sociedad. Entre sus sombras, en este como en otros casos, la cuestión de que esta idea acabe supeditada al partido que la sustenta más que recordar que el partido es ante todo herramienta para ella.
La manu militari que es a veces necesaria, resulta peligrosa cuando se convierte en hábito, y cierta tendencia leninista en lo organizativo ha creado una cultura que por desgracia aún hoy sigue presente en el partido comunista. La tendencia a utilizar los acontecimientos para limpiar antes la casa propia que la trinchera del enemigo sigue por desgracia viva.
Santiago, fumador impenitente, ha muerto como espectador lúcido despues de haber sido, en la mejor tradición del cine hispano, un secundario de lujo, actor de reparto que gustan de llamarse algunos, de los que ponen muy alto el nivel para que otros se merezcan el papel de protagonista.
Santiago era capaz de reconocer lo que hizo y por qué lo hizo, y terminar, como en la entrevista que vi ayer, reconociendo que había fracasado en su intento de hacer lo fundamental, alcanzar el poder para cambiar su mundo. Puede que en el fondo sea por querer primero y sobre todo reforzar el poder que tuvo para controlar el partido que tenía que haber cambiado el mundo. Pero de todo se aprende. Y si merece admiración de muchos y elogios varios, que creo que los merece, que mayor respeto que aprender de él y aplicar lo que nos ha enseñado… más política y menos partido.
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