publicado en el correo españolÂ
El señor Zapatero va a París a epatar a los franceses con el «valor de la diversidad y del respeto a su ejercicio cotidiano por todos» que, según él, encarna a la España constitucional.
El señor Marín cierra el Congreso de los Diputados a «la España del catalán, la del gallego y la del euskera». Ya sólo queda la España del castellano, la que es grande y libre y, sobre todo, una. Una vez más se pone de manifiesto una gran paradoja.
La España del castellano no reconoce como propias nuestras lenguas, a la vez que se apropia de ellas para convertirlas en pieza de museo. Pero nuestras lenguas están vivas, y si no tienen sitio en la España del castellano, mucho me temo que nosotros tampoco.
¿A qué viene tanto empeño en negar lo evidente? Ni nos aceptan como españoles sin renunciar a nuestra lengua, a nuestra cultura, a nuestro ser, ni nos permiten dejar de serlo. Y encima se extrañan de que cada vez nos queden menos ganas de serlo, si es que alguna vez las tuvimos.
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