Quizás sea esta versión inversa del conocido dicho la que mejor resume lo que ayer vivimos en Mendizorroza. Porque por el medio hubo algunas lagunas, que el final hizo olvidar.
La noche que era de día comenzó con un estupendo concierto a cargo del trío de McCoy Tyner, a quien acampañaba un eficaz y a la vez sensible Gary Bartz. Se podría decir que hasta la luz del sol tuvo la feliz idea de ocultarse, cerrar sus ojos y dejarse llevar por las notas de un grupo de músicos capaces de hacer soñar, y además de hacerlo sin aburrir.
Lo de Tyner es impresionante. Es de esos pianistas que apesar de los años combina ritmo y melodía, con fraseos no excesivamente abstractos, y con una enorme capacidad para demostrar que en su caso, su mano derecha es capaz de funcionar como si fuese de otro hombre, con independencia, con capacidad de acompañar sin seguir mecánicamente a su mano izquierda. El contrabajista Gerald Cannon hizo algo más que acompañar, y forjó, junto a Gravatt con sus palos un sonido compacto, con unritmo capaz de enganchar y fijar. Para el recuerdo la pieza que Tyner tuvo el detalle de compartir a tres bandas con nosotros, el piano, el público y él.
La segunda parte fue contradictoria. A mi personalmente hubo muchos momentos en los que no llegó a convencerme. Una orquesta demasiado presente y una tormpeta demasiado ausente. Las imágenes, por otra parte, tampoco respondían a las expectativas que me había hecho. Quiero decir que eran un adorno no demasiado vinculado a lo que sonaba, y por cierto, en pantallas para mi gusto demasiado pequeñas y distantes del escenario. No hay que olvidar que, auqneu haya mucho VTV y mucho perseguidor de ver su nombre en la crónica de sociedad, hay también mucho aficionado al Jazz en estos conciertos. Por eso a muchos, cuando por fin empezó a sonar una trompeta de jazz sobrevolando la base orquestal, se nos hizo duro que durase tampoco, apenas unos segundos. Las intervenciones vocales sonaban demasiado redondas, demasiado ensayadas, eso sí, a destacar la faceta soulera de Bilal y su recitado.
Hubo pues que ser pacientes y esperar al cierre y disfrutar con un buen tema, lo más jazzie de esta segunda parte, en la que uno tiene que tragarse todo lo anteriormente dicho. La conjunción entre orquesta y jazz funcionó, la trompeta desgarraba el aire, y las imágenes interactuaban con el sonido. El katrina inundó Mendizorroza y rotos los diques por la trompeta de Blanchard todos sentimos, oimos y nos emocionamos. Lo dicho, todo llega para el que sabe esperar.
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