No siempre poner cosas juntas es sumar. Esto es especialmente evidente en el caso de la razón. Cada cual tiene la suya, en singular con artículo o en plural sin él. Uno siempre lleva la razón de aquí para allá, y uno siempre tiene sus razones. Incluso antes de juzgar la mayor o menor estulticia de alguna u otra actuación siempre nos decimos para ser más misericordiosos aquello de “sus razones tendrá”. Pero resulta curioso comprobar cómo a menudo, puestas juntas las razones de cada cual el resultado nó solo no es más razonable, sino que directamente se convierte en una sinrazón.
Apelamos a la necesidad de acción todos los que no compartimos las bondades del sistema, ni creemos en que la ley del mercado y sus reglamentos de los mercados sean recomendables como mecanismo de regultación de nuestras vidas. coincidimos todos en que frente al poder que tienen las minorías que nos incordian nuestra fuerza radica en nuestra unión, y que frente a la capacidad de opresión que sus herramientas legales tienen la única opción de rebelión es la respuesta masiva, lo mismo da que sea vía desobediencia civil, resistencia pasiva o resistencia activa y subversiva.
A partir de ahí, de esa razón que compartimos, la explosión nuclear se produce y explota en aquello de cada uno su razón. Un sindicato convoca na huelga y el otro no se suma porque anteriormente el primero no se sumó. Unas veces se trata de que la solución a nuestros problemas depende del ámbito de resolución y otras de que no es la mejor ocasión. Lo cierto es que lo mismo da, por una razón u otra las razones de cada uno chocan con la razón general y los dirigentes sindicales demuestran una y otra vez su mezquindad a la hora de dejarse sus pelos en sus gateras y ponerse a pensar en que la guerra no es por el control del movimiento sindical sino por su principio fundamental, defenderse en conjunto contra el enemigo común.
Algo parecido pasa en los movimientos políticos de izquierda. Al final, las apuestas estratégicas y las políticas de salón, lo mismo da que el salón sea una habitación palaciega o un sotano de arrabal, hacen que las calles se queden desiertas o, cuando menos, no suficientemente pobladas. Uno tiene la sensación de que el desapego es mútuo. Las élites que viven en las cúspides de sus organizaciones olvidan las necesidades de las masas a organizar. No es extraño entonces que las masas a organizar empiecen a plantearse que es mejor organizarse solas o cuando menos presicindir de estos “organizadores” que por defender sus intereses orgánicos se olvidan de los nuestros cuando no permiten con sus luchas intestinas que nos sigan saqueando hasta la cocina.
Por eso no puedo menos que pedir que se dejen de utilizarnos para intentarse demostrar quién es más simpático y quién tiene más apoyo. No es mi guerra ni la de muchos como yo. Yo tengo otros intereses, y la mezquindad de todos hace que me sea dificil sacar la cara a ninguno, eso sí, reconociendo como reconozco que todos tienen sus razones, que todas las razones de cada cual tienen su aquel y lo que se quiera. Dejensé de sus razones y sean capaces al menos una vez de darse cuenta de que su juego, en resumidas cuentas, acaba por ser el que mejor viene a los que manejan la partida.
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