Pasan los días, vuelan los cohetes, se elevan las almas y se entierra a los muertos. Hasta ahí todo parecería que nos habla de una guerra. Pero si lo miramos en detalle es más que una guerra un cúmulo de desproporciones.
Comparte con las guerras el hecho cierto de empezar con una excusa, un incidente digamos, cuya proporcionalidad con el alcance de los hechos que provoca es descabellada. Muy a menudo ha sido así. Podríamos llamarlo la teoría de la gota que colma el vaso. Pero a menudo uno tiene la impresión de que el vaso estaba colmado y hasta desbordado. ¿Quién recuerda a fecha de hoy como empezó todo esto? Antes por lo menos se tenía el cuidado de apuntar en los anales el motivo o la sinrazón. Qué sé yo, el Archiduque Fernando de Austria, Calvo Sotelo, y si se me apura hasta Pearl Harbour. Ahora ni eso. Hace falta recurrir a fuentes no mayoritarias para hacerse una idea cabal del origen y escalada de los hechos concretos (Valga como expléndido ejemplo de ello el artículo de Iñigo Saenz de Ugarte en el diario.es)
Pero si en algo es esta guerra eternamente extraña es en la disfunción entre proporcionalidad y duración. La desproporción de fuerzas invitaría a pensar que desde un punto de vista militar la guerra pudiese nunca ser tan larga. La desproporción de daños causados invita por su parte a pensar que la única salida es la aniquilación de los palestinos, y que de eso son conscientes quienes les atacan. Tanto crimen no puede sino ser un germen inacabable de voluntarios y de soldados. Más soldados que armas dispuestos a reclamar su venganza convirtiéndose en nuevos mártires que den excusa a sus verdugos para seguirlos matando lentamente.
Sé y he leido del desasosiego que los ataques de los palestinos causan en los civiles israelitas, pero eso no justifica que la respuesta sea en tal calibre desproporcionada, y nunca mejor usado lo del calibre.
Hablamos además, y es ya la última desproporción de la que hablo, del diferente rasero de la “comunidad” internacional a la hora de valorar, juzgar e impedir las tropelías según sean de los sionistas o del resto del planeta. Y así nos va, con cada vez más voluntarios para combatirnos incluso a los que les defendemos, y más motivos para que los integristas conviertan en razones sus desvaríos iniciales.
Prácticamente todos los teóricos de la guerra coinciden en una cosa… no hay guerra larga que sea buena para nadie, ni siquiera para el que la gana. No hay territorio asolado que merzca la pena una vez conquistado, ni pueblo aniquilado que que deje de ser un peligro mientras sólo uno de ellos siga vivo.
Los prácticos de la paz también coincidimos, no hay guerra buena por corta que sea.
Vale, un alto el fuego más… ¿hasta cuando? ¿han alcanzado ya sus objetivos militares los militares isarelitas? ¿Se dan por satisfechos? Que bueno sería tener la certeza de que apuntes como este no tendremos que volver a escribirlos. Que malo tener la certeza de que volveremos a hacerlo porque lo volverán a hacer 🙁