Publicado en Diario de Noticias de Álava el 26 de febrero de 2013
Suenan clarines y timbales en Euskalmet. La puerta de chiqueros abre sus fauces. El alcalde muerde nervioso la empuñadura de su pala tras el burladero. Los ediles subalternos, plan de nevadas en mano, se sitúan prestos al quite. El cartel anuncia la bestia. De ganadería siberiana, cuatro o cinco días de duración, muchos centímetros de espesor en astas y menos de 500 metros de cota. El apoderado en el callejón anima al diestro: ¡Vamos Javier! Que hay que abrir la puerta grande, que no te pase como la otra tarde que fallaste con la capa, con la espada y hasta con las banderillas. El mozo de espadas, ipod en mano, le dice el mítico… ¡suerte maestro! Y sale por fin el animal por los toriles del cielo. Amaga en el primer burladero. No parece tan bravo como anunciaban, pero es de los que aprende. Pisa decidido el coso el alcalde y trata de dibujar la primera verónica con su pala de recibo, pero el toro se para. Empieza el murmullo de la oposición en el siete. Asoman los primeros pañuelos verdes. Salen los picadores, pero el toro pierde las manos y recela del caballo mecánico con cuchilla y esparcidor de sal. Al son de las dulzainas corren los banderilleros con sus palas, pero el toro erre que erre. Un arreón, un derrote pero no acaba de cuajar y volver blanca la arena de la plaza. Llega el momento de la verdad. El diestro se dirige al centro del coso y brinda la faena a las lejanas alturas de los nuevos graderíos. Despliega su pala, clava sus botas de goma en la arena, se ajusta el traje de flashes y se dispone a comenzar la faena. ¡Más sal! gritan en los tendidos ¡Se está aliviando con un manso! protestan en el siete. Cae la tarde y la faena es anodina. Ni triunfo ni derrota. Cierro el cuaderno de notas y le digo al compañero del burladero de prensa que me mande el final para cerrar la columna que ya habrá más ferias que lidiar.
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