Publicado en Diario de Noticias de Álava el 16 de abril de 2013
El amigo Fernando me contaba el otro día que tiene con unos amigos una peña de estas que juegan a la lotería. Una vez al año o algo así hacen una cena. Hasta ahí no tiene nada de extraño. Pero el caso del amigo Fernando tiene algo especial: saben con exactitud el presupuesto que tienen para cenar porque nunca juegan, simplemente ahorran. Cualquiera diría que se hacen trampas al solitario, pero yo las llamaría trampillas o juegos, y las alabaría.
Más trampa me parece lo que leía el otro día. Por segundo año consecutivo, nuestros diputados forales van a cambiar los decretos por los pintxos y, como si fuesen tamborreros, van a vestir gorros y a ejercer de cocineros. Hasta se han sacado el carné de manipuladores. El de alimentos me refiero, porque el otro, habida cuenta de su profesión, lo tienen ya por méritos propios. Nos quieren tranquilizar con ello al ofrecer así más garantía de que ni ellos ni sus invitados resultarán intoxicados. Por lo que yo oigo por ahí la presunta intoxicación no es algo que la gente perciba como amenaza importante. Es más, alguno hay que incluso la tiene apuntada como prioritaria en su lista de deseos.
Nos dicen que así ahorramos todos, porque lo pagan a escote. Y yo me planteo que, habida cuenta de que pagamos sus sueldos, lo que es ahorrar nada, más bien seguimos pagando, aunque sea por delegación. Es más, hasta aún así lo del ahorro es relativo. Porque con esta forma de organizar festejos como mínimo perdemos los contribuyentes el IRPF de los camareros y cocineros profesionales, además del IVA, el IAE y demás tasas e impuestos. Eso por no hablar del ahorro que sería para todos que en lugar de pagarles el paro, tuviésemos empleados a los profesionales en sus respectivos empleos. El de los decretos a los decretos, y el del tocino al tocino, que no es lo mismo un secreto político que uno ibérico.
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