Publicado en Diario de Noticias de Álava el 4 de junio de 2013
Yo nací en blanco y negro y cadena única. No había televisión por las mañanas ni a la hora de la siesta, y el mando a distancia era el pequeño de la casa o el palo de la escoba. El resto del día, sobre todo en vacaciones, el sonido de fondo era la radio. Algunos oían La Voz de Álava, la ubicación de cuya antena recuerda hoy el mástil que hace guardia a la puerta del Artium. Pero en mi casa se oía Radio Vitoria, EAJ 62 Radio Vitoria.
Es curioso cómo se nos quedan los sonidos con los que crecemos. Pasan los años y sigues recordando aquella publicidad tan propia, en directo, sin grabar ni nada, en la que lo único digital que había era el dedo que corría por el folio para seguir el texto. “Castaño, siempre Castaño”, Moradillo, mantas Moradillo”, “Carrión, la primera por tradición”, “Y después del café… truc truc truc: Ponche Soto”. Cierras los ojos y evocas las “bonitas melodías” del Club de Amigos y las dedicatorias de Reyes, Cosme y Antonio. La Saga de los Porretas, y los domingos de paseo con los abuelos y el transistor siguiendo las penalidades del Glorioso. Aquella emisora de onda media que por los caprichos de las ondas medias de repente te emergía en el coche justo antes de subir Somosierra.
Cambiaron los tiempos y vinieron los colores, y las privadas y locales. Y la tele iba ganando horarios. Pero siempre había alguna hora para la radio. En la cama o en el coche. La onda media fue cediendo según se abría paso la FM. Aquella FM con su pecera en Dendaraba desde la que nos ilustraban, musicalmente hablando, el amigo William Brendan, el incombustible Iván Alonso y muchos otros. Y así hasta hoy en día, con gente a la que sientes como amigos aunque no conozcas.
Y es que a veces los medios son algo más que empresas, son parte de tu vida pasada, presente y futura, de ahí el elogio, no solo del ayer, sino del hoy y del mañana.
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