Andamos todos escandalizados y preocupados por el escándalo de Mattel y la retirada de cientos de miles de juguetes que no cumplían la normativa sanitaria y de seguridad europea. El director chino de la fábrica china también ya se ha suicidado, pero alguien más incluidos todos nosotros deberíamos de pararnos a pensar en el fondo del asunto y dejar atrás barbies y cochecitos.
Porque una cosa es cuestionar, como yo suelo hacerlo, el tema de las tiendas de los chinos, de lo que en ellas se vende y de los precios que ofrecen. Pero en este caso nos encontramos ante toda una multinacional de “prestigio” en el sector juguetero. Y lease prestigio como la cualidad esa por la que uno paga precios europeos porque piensa que compra calidad europea. Y ahí es donde todo empieza a rachinar. Porque deberíamos empezar a ser conscientes que lo que pagamos es, además de calidad y seguridad, y quizás por encima de ello, un modo de vida, el nuestro. Y no significa que sea exclusivo sino que lo que debemos intentar es precisamente lo contrario, que sea compartido, que sea universal. Y no me refiero a la imposición cultural, sino a la extensión de la solidaridad, de las condiciones de trabajo dignas, de los salarios justos y de un modelo de producción ambientlamente responsable.
Todo eso cuesta, y cuando vemos productos a los precios que vemos en “los chinos”, sabemos que algo de eso no se está pagando. O la producción se hace sin las garantías ambientales necesarias, o las condiciones de trabajo de sus fabricantes no son razonables o los sueldos son miserables.
Pero es que cuando vemos que las grandes compañías, aquellas cuyos productos pagamos a precios europeos, lo que hacen en realidad es ensanchar su margen de beneficios a costa de deslocalizar su producción y sin poner demasiado cuidado en lo que producen o en como lo producen, entonces, me temo que, como reza el dicho, nos están engañando como a chinos.
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