“… nos pasaron por encima nos vencieron, nos dejaron en derrota” (Les Luthiers)
Un día como hoy es difícil levantarse sin hacerse eco de los ecos de la victoria que iba a ser y la derrota que fue. Si el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, va quedando claro que Madrid es la única ciudad que tropieza hasta tres en el mismo fiasco. Es como si, contagiados del ardor valiente al que cantan Les Luthiers, Madrid le fuese cogiendo gusto a esto de las derrotas victoriosas.
No hay duda de que siempre se ha dicho que la mejor forma de unir a los imbéciles es hacerlo en torno al empeño común de un objetivo. Así se olvidan los errores propios, se aparcan las luchas intestinas y hasta parece que las penurias, centrados en ese objetivo, son menos penurias. Los empeños comunes a que nos referimos son, siempre y en mayor o menor grado, quimeras. Todas empiezan por la senda de la victoria, que dura más o menos en función de la pericia estratégica y la capacidad logística de quienes marcan los objetivos. Pero todas acaban más o menos pronto en el solar de las derrotas. Pero no importa, los verdaderos caudillos, los ingeniosos, siempre juegan a convertir incluso las derrotas en victorias, y culpan siempre de los males propios a los extraños. Ocurre que sin embargo les acaba pasando lo mismo a sus quimeras que a las otras, que aún cuando parecen empezar por la senda de la victoria terminan, como no podía ser menos, en derrota.
En la historia son muchos los casos como el que nos ocupa. Desde los grandes adalides militares, hasta los más perejileros. Lo mismo da la invasión de las Malvinas, ya que hablamos de Buenos Aires, que la organización de unos juegos, pongamos que hablo de Madrid.
Se vende la piel del oso, cuando ya no quedan osos que pelar, y se huye hacia adelante como quien coje impulso para saltar un arroyuelo. Pero el arroyo resulta ser un oceano y el oso un basilisco. Y el problema, como no podía ser otro, no es que nuestro pelador de patatas no sirve para osos ni basiliscos, ni que nuestro salto de 3 metros no vale para un oceano de miles de kilómetros… el problema como siempre son los otros, y nostros podemos, tan tranquilos, cantar con Les Luthiers a coro aquello de “perdimos, perdimos, perdimos otra vez”
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