Hay veces, demasiadas, en las que cuando se oye a los ideólogos(?) de la izquierda(?) abertzale(?) hablar de la violencia que surge de sus filas parece que estuvieran hablando de un fenómeno metereológico. Lo hacen además como si aún no existiese una ciencia metereológica capaz de establecer, aunque sea a posteriori, las causas y los actores de esos fenomenos. La violencia es como el xirimiri, algo que está ahí y que de cuando en vez rompe en forma de tormenta. Algo que nadie humano hace, y en ese sentido es posible que estén en lo cierto.
Todos sabíamos que lo que ha pasado esta madrugada en Durango iba a pasar. Incluso podía temerse algo aún peor. Lo que debió ponernos en especial estado de alerta fue precisamente la meterología. Era inevitable que esta rebelión de las nubes no se viese acompañada por alguno de esos otros meteoros cuya inminencia ya nos habían anunciado sus propios autores. Porque digo yo que el coche no se ha cargado solo. Ni es probable que solo se haya acercado hasta el cuartel, ni que de motu propio haya decidido explotar y hacer ricos a los cristaleros de Durango.
Claro, que es posible que nos expliquen que el que se ha bajado del coche es en realidad una víctima del conflicto, un adalid del proceso, un futuro torturado y en todo caso, como me dijeron en cierta ocasión, un luchador incansable al que nunca deberíamos criticar.
A mi me parece que en estos casos el lenguaje es un estorbo. Porque sirve para llamar a las cosas por cualquier nombre menos por el suyo. Así que, como todos sabemos lo que hay, a mi no me hace falta ni decirlo. Voy eso si a prepararme para aguantar un día de condenas. Otro más.
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