Publicado en Diario de Noticias de Álava el 10 de diciembre de 2013
Tiene Vitoria mil rarezas que anotar. Y entre las rarezas que tiene hay una que es singular. Plazas, jardines y paseos, orgullo de la ciudad, se convierten cada temporada en un florido y floreciente campo de carpas. Las carpas no son como las loinas del Zadorra que invitaban a sus presuntos pescadores a comerse unos callos en Arriaga. Las carpas de nuestra ciudad son ellas mismas pescadoras y hasta si se me apura un poco pecadoras. Nos pescan para tomar un vino, para comprar un regalo, para patinar, para andar en tren, para comprar verduras, para el basket, para la magia, para la ciencia y hasta para presentar un libro o hacer un homenaje.
Yo carpo, tú carpas, él carpa y todos campamos a nuestras anchas y largas carpas cayendo una vez más en esas contradicciones locales a las que somos tan aficionados.
Hablamos de orgullo de ciudad, del mimo con que cuidamos el espacio público, de lo estrictos que somos con fachadas y hasta sombrillas, de lo fotogénica que es nuestra ciudad, y luego hacemos que al turista le resulte imposible sacar una foto de nuestros grandes espacios y monumentos sin que asome por algún sitio la blanca carpa que todo lo tapa.
Hablamos de sostenibilidad, de ciudad amable, de movilidad y de recuperar espacio para el peatón y todo lo ganado al coche se lo damos a la carpa. Y para más INRI, entre carpa y carpa tenemos todo un muestrario de grandes edificios abandonados y sin uso. Aquí nos gusta más lo provisional del mecano tubo que lo estable de la teja, la piedra y el concreto. Y así, entre usar la nueva catedral, el banco España, el antiguo museo de arqueología, el palacio Eskoriaza Esquivel, Montehermoso, etc. etc. sacamos el carpista campista que llevamos dentro y montamos la jaima en nuestras plazas, que para eso están, y el que quiera fotos que se compre postales, que esta es la ciudad de las carpas.
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