Publicado en diario de Noticias de Álava el 24 de diciembre de 2013
Cuando nació el Belén de La Florida había en Vitoria – Gasteiz más figuritas que ciudadanía. Así de pequeña era aquella Vitoria o así de grande aquel Belén. Ha pasado más de medio siglo. El Belén tiene alguna figurita más y la ciudad bastantes figurones más. Los que nacimos con él, año arriba o abajo, tenemos más canas, más arrugas, más barriga, menos pelo, menos velocidad en las piernas y más en la sangre. Vivimos a toda pastilla, “sin tron” ni son, como dice el Pinttu. Pero tenemos más recuerdos y hasta un mayor escepticismo frente a las glorias coyunturales de esta nueva euforia ciudadana que nos invade.
Por eso vemos con agrado que se reconozca fuera lo que se ignora dentro. Por eso nos agrada que no haga falta siempre reinventarse para sacar pecho, sino que a veces baste con no olvidarse de lo que somos. Por eso nos gustan más los reconocimientos a lo que hacemos que las operaciones de plástica y cosmética para promocionarnos a golpe de implantes, estiramientos y mucho maquillaje pagado a precio de oro. Porque el mejor premio es que reconozcan lo que haces, y eso aún cuando no hagas mucho.
El Belén de la Florida, ese que la Federación Internacional de Belenistas califica como de los más visitables del mundo, languidece sobre el césped. El visitante se sorprende al verlo, pero el que creció con él se entristece al encontrarlo un poco decadente, más pendiente del cariño personal que del mimo institucional. Es como si el dinero que se mereciese algo que ya tenemos se nos fuese en algo que queremos comprar. Y así nos va, en el Belén y en la vida, caminando hacia una ciudad inventada que se aleja cada vez más de la ciudad que no hace falta inventar, sino mantener, mejorar, evolucionar y sobre todo vivir. Los premios que valen te encuentran en casa, trabajando, pero los que buscas te suelen pillar fuera y con la casa vacía.
Leave a Comment