Publicada en Diario de Noticias de Álava el 18 de febrero de 2014
Hubo un tiempo en que una sociedad un poco mojigata miraba con recelo a todo aquel que se acercase a una guitarra o similar. Como mucho y en plan benevolente se toleraba un poco si esto ocurría en las Reparadoras los domingos a las once. ¡Qué decir del pelo largo y hasta de los tejanos! Terror de madres y pánico de abuelas. Eran tiempos nuevos para algunos como luego lo fueron para otros. Aún recuerdo a los entonces futuros euskopunkies mirando con recelo las negras cazadoras y los pantalones estrechos de los que entraban a la Zapa en vez de ir a la Kutxi. ¡Porreros, drogadictos, escoria! decían mientras bebían Kalimotxo y escuchaban a Pantxo, a Benito y a Errobi en plan exceso. ¡Qué tiempos!
Y el caso es que aquellos rockeros de antaño eran buena gente, aunque, cosas de la vida y su contrario la muerte, no son pocos los que no han llegado a viejos. Y los que hemos llegado así estamos, más tocados que retocados, pero con una constante, seguir siendo solidarios, independientes y viviendo un poco al margen sin sentirse marginados.
Aquellos ángeles del infierno, aquellos sonidos del demonio, aquellos degenerados sin principios, aquellos parásitos sociales son hoy de los primeros en apuntarse a un sano bombardeo, y lo mismo golpean cuerdas y baquetas para echar una mano a un compañero, que para recoger juguetes, que para dar un poco cariño a unos perros o lo que sea que sea justo y conveniente. No han cambiado. Ya lo hicieron antes y lo siguen haciendo ahora, más pendientes de la vida que de las medallas, de ser capaces de mirarse en el espejo en vez de estar pendientes de verse en las fotos.
Los Viejos Rockeros son gente honrada, aunque tengan más tripa, más niños y menos pelo, aunque alguno siga empeñado en no admitir que, tal como van las cosas, es más de temer una corbata que una txupa currada por el tiempo y una melena cana.
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