Publicado en Diario de Noticias de Álava el 4 de marzo de 2014 La cartera no siempre llama dos veces. A veces le basta con una y a veces no llega con varias. La cartera antes traía noticias buenas y ahora por lo general las trae malas o peores. Pero eso no depende de ella que las entrega, depende de quien las envía y, sobre todo, de quien no las envía. Igual es por eso que antes encontraba los portales abiertos y ahora como mucho le abrimos a regañadientes la puerta de los buzones mientras parece como si nos escondiéramos tras la segunda, la de los vecinos. La cartera hace su trabajo y nosotros podemos hacérselo más fácil o más amargo. Basta con saber que llama, abrirle y decirle “buenos días” o simplemente: “te abro”, y ella hace su trabajo con una sonrisa. Una sonrisa por portal que no va en el sueldo pero que vale tanto o más que él. El celador, o personal laboral asimilado encargado de la atención administrativa al cliente sanitario, que igual se ofende si le llamas celador, deja todas las mañanas sus sonrisas en la mesita de donde coge las llaves antes de salir de casa y vive el resto del día amargado amargando a todos a los que atiende, vengan o no con sonrisa. Una vez todos amargados, el celador se ratifica en su pelea contra el mundo sin darse cuenta de que él mismo es su peor enemigo y uno de los culpables. El otro es el que le pone o le mantiene ahí con la cantidad de gente con cientos de sonrisas disponibles que estará moviendo cajas o papeles sin poder repartirlas entre pacientes e impacientes, que también los hay. El cartero, la recepcionista, el paciente, el que recibe un certificado, el que lo pide o el que pide una consulta, a uno u otro lado del timbre o del mostrador, todos somos gente, y todos tenemos sonrisas disponibles o escondidas. Somos dueños de ellas y responsables de hacer un mundo más agradable o seguir quejándonos sin asumir que parte de la culpa es nuestra.
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