Publicado en Diario de Noticias de Álava el martes 11 de marzo de 2014
¿Quién dijo que la historia había llegado a su fin? Puede que las revoluciones sean cosa del pasado, pero si algo caracteriza el futuro este que se nos va haciendo presente es el gran poder de la nomenclatura en todos sus sentidos. Lo que cambia es el nombre, y lo hace para que todo siga igual y vivamos más contentos con los mismos problemas.
Qué más da que ser abstemio, forzoso o voluntario, sea de facto una forma de ser socialmente discapacitado. Qué más da que la autoridad, amparada en criterios médicos e higienistas, nos prohiba todo lo que nos hace evadirnos y a la vez no haga nada para que quedarnos sea más agradable. Qué más da que vivamos el sueño de ser puros hasta los dieciocho para ponernos como avutardas al día siguiente de cumplirlos. Qué más da que miremos para otro lado mientras parques, jardines y paseos orgullo de la ciudad se convierten en vergüenzas de la humanidad cada vez que se tercia un botellón, sea universitario o de formación profesional. Qué mas da que los adultos no concibamos divertirnos sin pimplar. Pensamos en verde, y a la hora de poner la mano hacemos como Vespasiano, que cuando le dijeron que cobrar un impuesto por los orines era asqueroso contestó sabiamente que el dinero no tiene olor. Eso si, permitir que los niños jueguen bajo una marca que ven a diario en las manos de su padre, de su madre, de sus tíos, abuelos, primos y demás familia cada vez que salen “de paseo”, eso si que no.
Por eso hemos inventado la Greenvolución, que viene a ser tanto como pintar todo de verde sin siquiera lijarlo, y ya de paso hacer que lo que empieza como Revolución acabe como Involución cuando lo pronunciamos en inglés. La oposición en pleno se ha conjurado y ha conseguido solucionar todos nuestros problemas. El cartel verde ha desaparecido del parque. Ya solo quedan los cascos vacíos que siguen acumulándose.
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